Imagen cogida de la red
ETERNIDAD
DE LA HOJARASCA
Siempre la hoja de niebla hundida en la
hojarasca, el hastío y esta distancia
de balbuceos, como golpe de hambre en
la extravagancia de las semanas.
Alrededor de la vigilia circulan
oscuras simetrías de relojes,
ojos desolados como la intemperie, como
la escritura dura del dolor.
Lentamente todo se va completando en la
cara: los sueños y el contrapeso
de la madera, la sal honda, imborrable
de los ojos.
Hay pupilas demasiado humanas para que
se zambullan en la hojarasca.
Algo me dice que uno no se puede
albergar en medio de las sombras, ni ahogar
a hurtadillas los bolsillos, ni
autenticar el frío de las manos.
(Desconfío
de mis vísceras después de que se llenan de impotencia; desconfío,
por
cierto, de la emboscada de los ardores, de los párpados extravagantes
de los
disfraces, de los patrios vacíos y sus ganas de columpios.
Aprendo
del verdor de los peligros y de las ganas de gritar palabras soeces.
Todas
las sombras terminan por quebrar mi pecho: resulta extraño reírle
a los
mapas y balbucear reminiscencias.
Es
extraño morder inconscientemente los anhelos. Rozar la desnudez esperada.
Vaciar
toda la desesperación en el guacal de la angustia, conquistar el asco
de la
ceniza, sombrear de azul lo que uno recuerda de la infancia.
¿Cuánto
de humano gesticulan los puntos cardinales? ¿Cuánto de espíritu tienen las
calles,
o quién se goza de la farsa de la muerte?)
Me aferro a todos los absurdos que
propicia la hojarasca, y al viejo morbo
de lo cavernario: en mis recuerdos,
cada hoja es un ataúd de zapatos.
Barataria, 09.IX.2016
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