André Cruchaga
“QUISIERA SER FELIZ DE BUENA
GANA” (MONÓLOGO)
Ese paisaje se hiela menos sobre el espejo
que sobre las uñas de los muertos
que han de resucitar
con los dedos convertidos en flres
en flres de agonía y de salvación
Luis Buñuel
Durante
parte de esta tarde y por esas casualidades de la vida, me he encontrado con un
hermoso texto (inmensamente entrañable)
de don Ciro Alegría, en el cual cuenta las impresiones que él tuvo de niño,
teniendo de maestro a César Vallejo. La vida es sumamente reveladora. Cada día
nos vierte imágenes de diversas naturalezas, como la de Vallejo,
encantadoramente adusta. Yo tuve las mías entre calles y estaciones de
ferrocarril, entre tempestades y locura, aprendí algunas cosas en la escuela:
resulta que a veces la escuela enseña el luto del espíritu, y el miedo a las
ventanas. “(Es duro afirmarnos en la sobrevivencia, sin que uno haya
despejado las dudas,/ o ese martirio de los recuerdos que no abren en
definitiva las mañanas./ En realidad, todo queda en ese sentimiento de fuga./ El
sentimiento nos afirma o nos niega. ¿Qué de raro tiene la negación/ que nos arrastra? Este tiempo que nos
baja con gritos de espinas. (...)” son demasiados los recuerdos, como el
despojo del alma, los pensamientos, las alegrías, las tristezas. Nada queda
después, aunque se quieran aprehender esos suspiros. A veces finjo puertas y
ventanas y ese olor a habitación desordenada y esos espejos sordos y ciegos
frente a la mirada ahorcada por el tiempo. Levita la memoria en sus campanadas
de vuelo, qué nos sobrevive sino a menudo la nostalgia, las estrofas de bocas,
versos luminosos del jadeo, sinalefas de tortuosa libación. Supongo que el
tiempo es una enfermedad perenne en los ojos, concurren develaciones e
inocencias. La vida es la primera y última altura que trepamos: luego todo es
ventura y desventura. ¿Acaso alguien logra la plenitud? La vida es un tren de
dolores, más allá de los espejismos que alguien pueda vivir. Hay todo un abismo
de hastío y vigilias, de desfallecimientos, recuerdos y nostalgias. Uno se
nutre de enjambres de salmuera y de realidad tan ciertas como el abandono, o la
renuncia. ¿A qué altura diseccionamos las sábanas y liberamos las aguas del
fragor, para que el pálpito eleve sus fuegos? Solo sé, ahora, de los
desfallecimientos del alma y los silencios. La blasfemia, deleznable, quedó
atrás como la rosa de barro inevitable en mis pesadillas. En el fondo, ya me he
olvidado, también, de lo inevitable. Me acosan las dudas y los remordimientos,
las semillas encorvadas sin dar fruto. Debajo del diente de luz, la bruma que
agujerea mi aliento. Las semanas se tornan inalcanzables y oscuras. Ante el arrebato,
únicamente las exhalaciones y los brazos yermos sin responder. Ante mi mirada
absorta, el vídeo de cuanto ha pasado, la ternura tácita de lo transcurrido. “Debajo
del escombro, las dualidades siempre existentes: /los setos y las válvulas de
la memoria, el aire roto en el aliento”. No sé qué decir frente a lo que ya no
florece. En el umbral quizá el sollozo, quizá la libertad. Todo acaba siendo
ataúd, o coágulo manifiesto. Me queda, entonces, escuchar solo los latidos del
viento y borrar la sordera del infinito, atreverme siempre a las alas. Fluye
toda la sangre en lo corpóreo del poema, en esos ijares con preponderancia de
puerto. Respiro bajo el peso del mundo. Pero sobre todo, como dice Vallejo,
“Quisiera ser feliz de buena gana” y continuar aprendiendo los diversos nombres
que tiene el designio.
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