Imagen cogida de la red
MUNDO
DE LA PARADOJA
Cuando la hoguera consume los nombres, me quedo en la
oblicuidad
de los vacíos: solo mi sombra de breña en medio de la espera
transparente.
Todo va en contra del rocío y las ventanas,
la intemperie se nutre de espesura, como el ojo húmedo de
abrigos líquidos.
Nada está escrito aunque el olvido sea otra manera de
recordar.
Uno solo puede constatar de cerca las huidas, nombrar las
distancias desconocidas, caminar en el camino oscuro de la confusión.
De noche, no toques la desnudez de las ventanas porque no se
miran;
ni pretendas limpiar con vehemencia los tragaluces de la
garganta.
A más manos, poco el dividendo de las sábanas.
De los dominios de la tierra, la tierra petrificada en las
ojeras.
En la escultura de piedra de la eternidad, imposible la
herradura de polvo,
o el ala enmohecida en el último espejo del letargo.
Siempre quieres fugarte de los cataclismos, pero luego la
quietud estorba,
como las palmaditas de manos sobre los hombros, o un agitado
zodíaco
con sus predicciones, casi al punto del júbilo.
Todo ha de ser polvo en los anillos del absoluto, en la gota
de sueño del suicida.
En los momentos más urgentes la luz suele ser ambigua.
El fuego nos implora después de tanto cuerpo quemado.
Después de la muerte un ramito de ruda hace la diferencia en
el mapamundi.
Al margen de lo tangible, siempre crece el césped del sinfín
en los párpados.
Luego de acariciar la luz, me quedo con la luz hundida en las
sienes…
Barataria, 2016
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