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REAPARICIÓN
DE EXTRAVÍOS
Hundo mis ojos desarmados en la mudez
del silencio y todos sus extravíos.
En el pensamiento reaparece cada fuego
del presente, no el último;
emerge el viaje doctrinario de la
realidad y sus lecciones de ensordecedor catecismo
y sus múltiples bocas
descampadas.
Un espejo o una cruz reducen todas las
miradas postreras de la fugacidad.
Vuelve el áspero ijillo de las cenizas
reflejadas en la conciencia.
¿Quién puede desasir la tanta confusión
de los diptongos y desnudar
de una vez por todas el frío secular de
la desesperación y el nudo ciego
de las manos? ¿Quién puede dejar de ser
marioneta suplicante en medio
de historias cansadas, o féretro entre
tantas histerias y pestañeos?
Uno de por sí ya lleva herraduras
amargas en el aliento.
Ya no me fío en la vida de indigente,
ni siquiera imaginarlo. (Antes supuse
que en
este país no tenían cabida las mentiras, ni las imposiciones disfrazadas.
Bueno,
a veces me desplomo sobre el vómito, o contra ciertas atrofias.
Uno
camina tarareando la pesadumbre de todos los días, mordiéndole
los
calcañales a los refranes, o simplemente afrontando la sospecha.
Mugen
las fauces en el repique de las sombras: hay una sensación de semanas vacías
como las latas vacías del hambre.)
Afuera solo las paredes o los abismos
donde se arrinconan las palabras.
La saliva se nutre de todos los fuegos
artificiales y las comedias:
Llegamos a las mismas refutaciones
patológicas: hasta la aridez está enferma.
Allí, los políglotas del tiempo
histórico enduren sus encías…
Barataria, 2016
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