André Cruchaga
EL TIEMPO ES LO QUE SE
DESPLAZA (MONÓLOGO)
Ni la miseria ni el escándalo porque tan sólo ser es la
razón enloquecida
Hay una solución y no es el agua
La razón que pretende ignorarse en la sombra
Y mi silencio no ha sido una crueldad que se perdía oculta
entre mis ropas
Yo no sé predecir
La luz únicamente más allá de mi mismo
Todo lo conocía
Conocía el mar y esos cuerpos desnudos
pero me devoraba la sangre entre las manos
Pedir perdón sería recordar un poema
y si yo escribo es únicamente porque no sé si he muerto
Emilio Prados
Cada
persona tiene sus propios imaginarios; he de suponerlo así, después de todo. Yo soy portador de los míos: me ayudan a
entender y prolongar la realidad. Breves como el parpadeo; intensos como la
respiración. Tal lo dice el poema: “Es casi inmóvil el cielo/ en los hombros, las penurias en el vacío del
pestañeo./ Al borde del acantilado no sé si sumo o resto despeñaderos o
guarniciones./ Es tan breve el pan que sólo centellean los cataclismos./
Idéntica a la sombra, la fugaz región de la huida: hay silencio como pobreza;”
desde mi condición de eremita esta condicionante ahora de mi poesía. Uno
permanece porque es el tiempo el que se desplaza, la palabra, las
circunstancias. Las glorias, además de amañadas, también son efímeras. Todo
acaba en nada. Nadie es lo bastante eterno para trascender: hay poderes
facticos que lo impiden para unos, pero luego al darle vuelta a la tortilla
pasa lo mismo. Por desgracia uno no puede ser indiferente frente a quienes nos
gobiernan: cada día nos cunde el absurdo. Esta época es amarga y suscita terribles
agonías. Aunque no se crea, hay desprecio por el conocimiento, por el saber. No
veo por ningún lado la luz, aunque “abunden los candiles”. No veo abrigos para
el frío, aunque se nos pretenda dar cucharaditas de calor. Sólo soy proclive a
mi escritura. No es pesimismo pero cada día me encuentro con la malignidad desde las esferas del poder; y también
máscaras e intrusos como parte del reemplazo. Jadean por doquier las sorpresas
de las sombras. Ya no posees la verdad o parte de ella, sino los oportunistas
interminables, los que siempre trabajan a oscuras y establecen por decreto el
silencio. Uno debe obedecer a ciegas el manual de recluso, sin que se pueda
abrir alguna ventana. La poesía en este punto constituye un soporte importante
de aprendizajes; hay instantes de libertad invaluables cuando la palabra queda
sin brida y los miedos se le van devolviendo a la contraparte. Ante el ciego
porque no quiere ver y se aferra a sus obsesiones y aberraciones mayúsculas, yo
simplemente ayuno en paz. Al menos lo intento. Es cuestión de honor mantener
limpia el alma y no vendérsela al diablo. Huyo de los alientos con cuchillos,
alfileres, o bisturís. Huyo de las flagelaciones que provoca “la Fe”. Uno no
puede ser servil y perder la memoria. Nunca he sido amigo de la inmovilidad,
pero sí de la intensidad, aunque cada día renueve mis votos, siempre en
dirección del poniente y de la mano despejada. Toda visión poética debe estar
sustentada en la luz. A estas alturas ya hay cansancios históricos, cansancios
de la muerte diaria sin mayores posibilidades de salvación. El mundo avanza,
pero vive diariamente una diadema de abatimientos. ¿Es posible que parte de una
sociedad deba estar de rodillas? Empiezo a creer que se ha perdido la capacidad
de reflexión y actuación. El grito no es el arma. ¿A quién o quiénes debemos
ser obedientes? Es triste cuando se adueñan de nuestras vidas. Es triste cuando
uno rompe en llanto frente al abismo. Es triste cuando la desnudez se torna
insidiosa. Es triste cuando a otros solo los aturde el dinero. Vivir, ¿quién
puede vivir de rehén todos los días ante la gran puerta de la desfachatez y el
absurdo? Al menos la poesía me ayuda a vivir: me despoja de la herrumbre, de
fechas, onomásticos, jaurías y fotografías poco agradables. Hay un fuego
creciente por confundir. Claro, uno no puede ser pasto o forraje. Entre lo real
e irreal, escojo las ventanas y su sagrado resplandor. La palabra no anula, solo
supera cualquier resurrección.
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