Imagen cogida de la red
TRAVESÍA
DEL UMBRAL
Para Joaquim Comuall
Después de tanta hoguera y soledad y conjuros, podemos
cruzar el umbral
de los recuerdos salobres que aún nos quedan en los ojos.
¿Quién camina en la oscura fuga de las sombras? ¿Quién, después de todo,
alza la voz contra lo inmundo, pese a los relojes nublados
del abatimiento;
en lo infinito, el ruido del hollín y su golpe triste de
infancia humillada.
Nunca olvido las rodillas enrojecidas de la vigilia.
En la contrapuerta de los absurdos, algunos infiernos descascarados:
la miseria
y su brea de muros, el tapiz alrededor de ciertos espejos.
Toda travesía, ⎼⎼lo sé ahora⎼⎼, es una disputa de horizontes
en medio
de la sinuosidad de la agonía: sigo, en todo caso, la huella
de la desmemoria,
y sus manos de polvorientos pájaros.
Es una secuela de latidos de la que uno no se libra, un
absoluto de olvidos
o dolor, un paciente espectro de uno mismo que anuda noche y
día.
(Antes de
traspasar la niebla, todavía quedan algunas bocas desheredadas.
Queda el
ruido amarillo de los ahogados y el absurdo, queda el árbol caníbal
de la
cópula, la noche líquida de los riesgos, los interesados en alquilar
los ataúdes
de la historia, las omisiones de algún asedio.
Yo nunca he
podido erigir paraísos. Vivo en el mismo lugar sordo de siempre,
sin
desplazarme, sin callar la urbanidad de mi sangre.
He
aprendido a vivir así, porque se sufre menos. Mis ojos no me son extraños.)
Al caminar todos los días sobre las aceras uno va
reemplazando verdugos…
Barataria, 07.IX.2016
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