Imagen cogida de la red
REITERACIÓN
DE PECES
Nos faltan vocales para ensayar la
tartamudez: ignoro si en el braceo hay frases
definidas, entendibles para toda clase
de público. O existen, acaso, afecciones,
más intensas que las pulmonares. (La verdad es que uno siempre está jugando
al
tabú de los sombreros, a los juegos de los dueños improbables,
a los
intermediarios del espíritu, a los vaciados de tantas extrañezas.)
Evidentemente mi permanencia siempre es
la fuga.
Braceo en los espacios diminutos de los
poros, en la ambigüedad religiosa
de la muerte, en las órbitas vacías de
las ojeras, el descrédito de los cuchillos.
Uno se harta de la frenética inutilidad
de los gritos, y de las escenas civiles
con los rostros ocultos. Me asomo a los
dobleces advenedizos de la voz.
En el fondo, no soy yo, ni usted, sino
los intrusos, dueños de las equivocaciones,
los que larvan la perpetuidad del
poder.
Uno mira tantas ventanas como
fotografías tiene la infancia, como respuestas
poseen las páginas en blanco después
que se ha cancelado cualquier final.
(A
veces el frío es negro en medio de las aguas justo cuando las palabras
se
balancean en la noche; hay caminos de sombras abiertos a la respiración.
Fuera
de la piel, de qué olvidos podría hablar, de qué ojos cansados…
Nunca
he podido bracear como quisiera ante tanto ahogo.
Mientras
solo me rodean las sombras, los olvidos se tornan poco adjetivables.)
Nuestras vidas quedarán únicamente en
la deshora de los estrépitos.
En los golpecitos de neblina del
crepúsculo, las cerraduras del verdugo
y las pesadillas húmedas de la
muchedumbre con su énfasis de equilibrista.
Barataria, 2016
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