Imagen cogida de la red
PRESAGIO DE LA UTOPÍA (MONÓLOGO)
Todos
comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el
verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está
en el aire ni en nuestra vida,
ni en
estas terrazas llenas de humo.
El
verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una
pequeña quemadura infiita
en los
ojos inocentes de los otros sistemas.
Federico
García Lorca
Existe un sinfín aunque la
historia nos tenga acostumbrados a otras cosas. Y sé después de andar entre
extraños patetismos, que “Cada quien es peregrino de sus propias tribulaciones:
alarga o encoge/ el camino,
atraviesa senderos ciegos/ hasta precipitarse en el aplastado rumor de
hormigas.” Uno ve crecer el tiempo del asombro y el resplandor de las semanas
en la boca. Todo es, después de todo, un sueño. Hay tantas sombras que uno las
confunde con el juelgo y los ijares. ¿Hasta qué punto los ojos se cansan de la
noche? ¿Hay sobremesas para desviar las miradas? Siempre se nos aparecen
universos extraños a la hora de dormir, a la hora de contar los centavos de
tristeza, u orinar en la oscuridad de la zozobra. Total, el tiempo siempre nos
cambia los ojos, entre tantos ciegos de ver, no hay diferencia con aquellos
ciegos resignados a no ver sino los imperativos del destino. Despierto cada
noche en lo inhumano que tiene el sonambulismo. Ante los parpadeos de luz, a
menudo le toca a uno gruñir tizas encorvadas, y eclipses gélidos como el
desamparo. Ante la mísera escarcha en los tobillos, hay que sacarle fuerzas a
la fantasía que da el respiro profundo de las entrañas. Nunca ha sido fácil,
siquiera escribir en una servilleta todo el espacio de las aguas sin nombre,
los grandes espejos que nos avientan hacia sombras descomunales. Tiemblo de
cielos y alas, tiemblo de herrumbre y sarcasmo, tiemblo de abandono y páramo,
de cobijas y faenas. ¿Hasta dónde alcanzan a ver mis ojos? ¿Hasta dónde puedo
ver las calles, las paredes y el pájaro detenido en la rama del más allá?
¿Quién alza la brasa de los ojos sobre mis hombros? ¿Quién, por cierto,
transita la perennidad sin proponérselo? A veces sólo mis pantalones cortos y
la infancia, mi juventud y las molduras sociales, los recuerdos al punto del
sofoco. Los ecos terminan por adentrarse en mis oídos, bulle la cabalgadura del
viento, los afueras nublados del césped. Cada ciego aúlla en la ceniza, sin
extinguir la plenitud de los espectros. A veces, sólo es cuestión de tiempo
para verle el blanco a los vacíos, a los sueños que otros reducen a agobios. Nada
me es indiferente ni siquiera los bultos del bullicio, los desechos alrededor
de los peñascos, el disfraz, a menudo necesario, aunque contenga por momentos
la respiración. Siempre con nosotros los personajes de las diferentes historias
cotidianas. Ignoro, la verdad, quién provoca tanta perversidad, quien día con
día degüella mi inocencia y las demás inocencias que de seguro existen.
Desconozco los viejos ardides para seguir mirando, frente al desuso a uno le
toca desconfiar de todo, del elixir, los analgésicos, algunos somníferos. Ante
la cruz de la experiencia, uno seguramente debe aprender a llegar y estar.
Usted no debiera fiarse del teatro de la deshora, ni de ciertos servilismos que
deshonran. Usted debería seguir viendo y recordando todos los episodios que se
abren con los sueños. Todas las carpinterías que brotan del instinto. No crea
en el pecado, aunque usted vea un reino que no es de este mundo. Usted debe
seguir mirando las desbandadas de pájaros, esos que usted muerde en el sueño. Esos
pájaros anónimos del presagio y la utopía.
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