martes, 8 de noviembre de 2016

PRESAGIO DE LA UTOPÍA (MONÓLOGO)

Imagen cogida de la red





PRESAGIO DE LA UTOPÍA (MONÓLOGO)




Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infiita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.
Federico García Lorca




Existe un sinfín aunque la historia nos tenga acostumbrados a otras cosas. Y sé después de andar entre extraños patetismos, que “Cada quien es peregrino de sus propias tribulaciones: alarga o encoge/ el camino, atraviesa senderos ciegos/ hasta precipitarse en el aplastado rumor de hormigas.” Uno ve crecer el tiempo del asombro y el resplandor de las semanas en la boca. Todo es, después de todo, un sueño. Hay tantas sombras que uno las confunde con el juelgo y los ijares. ¿Hasta qué punto los ojos se cansan de la noche? ¿Hay sobremesas para desviar las miradas? Siempre se nos aparecen universos extraños a la hora de dormir, a la hora de contar los centavos de tristeza, u orinar en la oscuridad de la zozobra. Total, el tiempo siempre nos cambia los ojos, entre tantos ciegos de ver, no hay diferencia con aquellos ciegos resignados a no ver sino los imperativos del destino. Despierto cada noche en lo inhumano que tiene el sonambulismo. Ante los parpadeos de luz, a menudo le toca a uno gruñir tizas encorvadas, y eclipses gélidos como el desamparo. Ante la mísera escarcha en los tobillos, hay que sacarle fuerzas a la fantasía que da el respiro profundo de las entrañas. Nunca ha sido fácil, siquiera escribir en una servilleta todo el espacio de las aguas sin nombre, los grandes espejos que nos avientan hacia sombras descomunales. Tiemblo de cielos y alas, tiemblo de herrumbre y sarcasmo, tiemblo de abandono y páramo, de cobijas y faenas. ¿Hasta dónde alcanzan a ver mis ojos? ¿Hasta dónde puedo ver las calles, las paredes y el pájaro detenido en la rama del más allá? ¿Quién alza la brasa de los ojos sobre mis hombros? ¿Quién, por cierto, transita la perennidad sin proponérselo? A veces sólo mis pantalones cortos y la infancia, mi juventud y las molduras sociales, los recuerdos al punto del sofoco. Los ecos terminan por adentrarse en mis oídos, bulle la cabalgadura del viento, los afueras nublados del césped. Cada ciego aúlla en la ceniza, sin extinguir la plenitud de los espectros. A veces, sólo es cuestión de tiempo para verle el blanco a los vacíos, a los sueños que otros reducen a agobios. Nada me es indiferente ni siquiera los bultos del bullicio, los desechos alrededor de los peñascos, el disfraz, a menudo necesario, aunque contenga por momentos la respiración. Siempre con nosotros los personajes de las diferentes historias cotidianas. Ignoro, la verdad, quién provoca tanta perversidad, quien día con día degüella mi inocencia y las demás inocencias que de seguro existen. Desconozco los viejos ardides para seguir mirando, frente al desuso a uno le toca desconfiar de todo, del elixir, los analgésicos, algunos somníferos. Ante la cruz de la experiencia, uno seguramente debe aprender a llegar y estar. Usted no debiera fiarse del teatro de la deshora, ni de ciertos servilismos que deshonran. Usted debería seguir viendo y recordando todos los episodios que se abren con los sueños. Todas las carpinterías que brotan del instinto. No crea en el pecado, aunque usted vea un reino que no es de este mundo. Usted debe seguir mirando las desbandadas de pájaros, esos que usted muerde en el sueño. Esos pájaros anónimos del presagio y la utopía. 

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