Imagen cogida de la red
FILOS CLANDESTINOS
(MONÓLOGO)
Un sombrero fue el protagonista de este divino sueño
incontado.
Desde un andamio demasiado alto de una casa en obras lo
veía caído abajo,
en medio de la calle, esperando a pie fime la hora
próxima de una cita
exacta. Estuvo a punto de perecer varias veces bajo
varias ruedas de automóvil. La brisa de la tarde le libertó de una colilla de
cigarro que hubiera
terminado perforándole el ala.
Agustín Espinosa
Ignoro si todos los
claroscuros son imaginables; o si no lo son, ¿qué constante oscilatoria
atraviesa el aliento, esa celebración de unir y separar los abatimientos? Se
trata de luz y oscuridad, de viajar alrededor de las aguas termales de la vida.
¿Se trata de negarnos o afirmarnos? Después uno se queda recogiendo y
construyendo los pedacitos de saliva, es decir, los fragmentos del fluir. ¿Será
esta la lógica que sigue la introspección? Hay una anáfora doliente en este ir,
venir, subir, bajar, esos lenguajes a veces heridos de los brazos. En esta
brasa fundacional tienden a confundirse los caminos, los ojos de lo absoluto.
Justo en el paladar rojo del calendario, la efigie sagaz de los pálpitos, y los
presuntos nudillos del deseo. En las manos cabalga el oficio de persuadir la
piel, enlazar las tormentas hasta incrementar la densidad de los vacíos. Confieso
que escudriño en las corrientes de aire, la agudeza del propio tacto, todos los
demonios que resplandecen en el tiempo grabado de la brasa. Nadie sale ileso de
los estallidos ni siquiera los pálpitos desechos, o el azufre lanzado desde las
quemadas intemperies del alma. Contra todo pronóstico, incandescentes las alas,
queda hacer de la sal, un bosque obediente. Pese a todo, desemboca azúcar del
cuerpo. Se quiebran las sienes. Sólo se es obediente a la urgencia y a la
fiebre y a la audacia de profanar todo: respiro y desnudez y desvelo. Por
supuesto hay un largo camino de muecas y cenizas, perennes elegías, deshechos
los epitalamios. Ay los ojos en todo esto. Ay, las manos en todo esto. En todo
esto, ay, el juelgo, el viento escueto a través de los poros, la boca desnuda
de jaurías, la lluvia en fin de los designios. Luego en cada quien, el reloj
vuelve a replicar las incandescencias, la hojarasca, esa celestial generosidad
del paisaje, sin ninguna prudencia ni escepticismo.
Uno sabe que llega un momento en que
ensordecen las palabras, en que los párpados conceden su naturaleza a los
vilanos. Nunca he conocido la neutralidad en dos cuerpos extasiados. Siempre es
regocijo atravesar los absolutos o el milagro azaroso de hospedarse en la
sangre. Dejo que a voluntad el invierno siga su curso: siempre el umbral es un
paisaje de apremios. Sólo encima de la roca alcanzo los límites del tiempo, se
siente con severidad el cielo, se advierte la gota de lenguas que chasquea, el
acero que no cesa, ni se reduce a mero movimiento. Así se persigue la esencia
del poema: las palabras a fin de cuentas son dóciles brasas donde agoniza el
juicio hasta la posible herejía. Con todo y la fiereza de la ventisca uno se resiste a regresar: sangra,
ahora, la raíz. Hoy hay evidencia en el báculo, o en el pabilo del candil. Hoy
es blanca la belleza de la tinta y holgado el periplo, y la flor bautizada del
peregrinaje. En el dintel del poema, quizá boquiabiertos, los puntos
suspensivos de la linterna, o el azúcar crujiente de los laberintos creados.
Surcado ya el ensueño, siempre quedan los imaginarios o la rememoración: en la
armadura, únicamente lo absorto, los pedacitos de púas del ardor gozoso. Allí
la materia y su altar de luz, la torpeza y la huida. Quizá la leyenda. La
imagen de la juventud, la blasfemia, o acaso el olvido. En el costado, siempre
la fantasía del barro. Andar. Abrirle puertas al poema. Besar con la boca de la
luz, las impaciencias trasegadas, desbaratar los salpullidos, hasta amanecer,
cárdeno, de nuevo. O también, al final, sólo se trate de guardar los espejos en
los bolsillos, por si acaso. Quizá la flor que se desenfunda y se bebe en el
suplicio del sueño. Detrás del sabor quedan muchos filos clandestinos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario