André Cruchaga
OSCURIDADES COLMADAS (MONÓLOGO)
Tiembla el mundo
gótico como el resto de una división inexacta
hubo un instante de almendra tan elocuente
él quería unir todas las ciudades en las letras de un
nombre
sin tener en cuenta
que los imanes se encabritan sobre los ríos
sólo para que los ojos de las vírgenes pierdan su asombro
vegetal
Juan Sierra
La
poesía siempre supone, al menos desde mi modesta perspectiva, un viaje
espectacular, para el que muchos constituyen la fábula, la metáfora del agua,
del horizonte, del arrebato eterno del ser humano frente a su realidad. Este
ser humano, a veces platónico, socrático, hegeliano, etc, acumula en su devenir
toda la escarcha enjuta del horizonte. No siempre un nahual que lo ampare, ni esos
absolutos en que se constituye la nada. A veces me declaro impotente
escribiendo mis propias derrotas; hay atracos de penurias en el aliento. La
hostilidad está vinculada al hambre. Me torturan las feligresías y devociones a
ultranza, la boca acaracolada de los pantanos, las escaleras encharcadas y el
eros incoloro de los dinteles. A menudo todo tiene forma de espina, sin que
ello se convierta en absolutos. “Siempre habrá un estigma antes de lavarnos la
piel,/ quizá el solo espejismo de lo estrictamente humano,/ quizá el descenso,
aquí, irreconocible de los jirones del suplicio: siempre basal,/ el sordo
escombro de los nombres,/ el instante donde se respira el abismo. Labra hasta
abrir los desasosiegos.” Yo me confino a la jaula del calendario, a la humedad
casi cenagosa de las sábanas, a desenterrar los amarillos de mis colmillos,
quizá a derribar las intrincadas ramas que obstaculizan el camino. Muerdo los
huesos de la desesperación, los ruidos grises próximos a los espejos, las
espinas compactas de tantas miradas y el respiradero sumergido de las uñas. A
estas alturas, abundan los míseros agujeros del ansia: sé que aunque me unte la
esperanza en las sienes podré llegar al sinfín. Hay piedras y polvo y espinas;
hay ixcanales tosiendo en la piel. De pronto ya me he olvidado de las
causalidades, de la oscuridad que nos hace olvidar inútilmente, de los pañuelos
de frío que nunca cubren los brazos. “Nunca desaparece el peligro, ni su trote
de miedo./ Igual que la asfixia, denso humo en la garganta, desoída tormenta, o
desvarío./ Sabe presentarse como una jauría, no hay ventanas que valgan para
evitar / el desaliento, ni lengua que desdoble los agravios.” Nunca se deja de
vivir decapitado. Sigo pensando en el costal de las ojeras, en lo incoloro de
los afectos, en el páramo que por cierto zozobra en el alba junto a todos los
pensamientos. En medio de las corrientes de aire, no estoy exento del actual
peregrinaje, ni del descenso que me lleva a la deriva. Entre la piel y las
distancias, los chiriviscos de aquella identidad perdida. Sólo puedo asir, ese
pétalo roto de las palabras en mis pupilas. Sólo puedo morder la espina hecha
para horadar la conciencia. Por si acaso, me quedo aquí, junto a la hinchazón
de los tobillos. No tengo otra sombra para acampar más que mi propia sombra.
Aquí no hay barbechos, ni botines infinitos. Los pulgares azotan mis anhelos. Con
todo, guardo en mis bolsillos de labriego, el resuello de las constelaciones,
esas horas de litoral en calma en mis sienes. El poema siempre es esta historia
descalza de mis desiertos. Soy en cierto modo, un pez en tierra, una moneda en
mi memoria maltratada. Peor, creo. Sigo pensando en la muerte y en la oscuridad
explayada en mi lengua. Andar debo a todas las premuras del país, a las muchas
oscuridades colmadas, a la tronazón de la desnudez. Sigo en este viaje y quiero
ver…
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