Imagen cogida de la red
SUBSUELO
—Vedme, ya se abre la pared de adobe y la puerta infinita; allí,
los pasos firmes todavía y la
estación madura con sus aperos.
(Son fríos los equilibrios anticipados, el incienso inédito del
cuerpo,
y todo lo difuso que ahora pueda tener el tacto.)
¿Es el surco la morada última del
otoño, los navíos y el mar del tiempo?
¡De qué dolor asumido viene el
páramo,
Y todo el fuego de las sombras
del aliento? —Empiezo a ver lo remoto
del estiaje (me deslumbra el grano de oscuridad) hay un paisaje idéntico
a la madera sosegada,
ahora, ¿vuelve lo íntimo a mis
ijares, el ventarrón de la coz?
Yo, (en el deletreo mientras llueve) —La sed y el hambre jugando
a sus tiliches, debajo del regazo
anochece el descubrimiento de la luz.
En la mesa del ritual, las
incontables promesas de rodillas, fiel —si se quiere—
la tierra convocada, la noche en
su amalgama de cieno.
¿Puedo inmolar la altura de mis
zapatos, sus kilómetros de tránsito?
(La existencia siempre es una bella metamorfosis) —Yo, distinto e igual,
a la primera luz y a la última
del fuego: es suficiente la calma y la lluvia
que enfunda el aliento,
—me entrego, sin más, a esta
suerte de vitral imposible.
(En adelante, todos mis desatinos serán en la caverna. Así sea el
coro
del moho, y el oscuro taburete del despojo.)
Barataria, 08.IV.2013
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