Foto de Open Art,
cogida de FB de Libraria Humanitas Valcea
BRUMA
Puedo caminar entre los caminos
borrosos de las calles. Morder cartílagos,
masturbarme frenéticamente entre
las fauces de la tinta, con la debida
urbanidad del invierno, sin que
el semen de los cementerios haga sus propios
estragos: me río de los
murciélagos que sobreviven a la mesa del domingo
y a las noches que prolongan los
relámpagos.
¿Hay otra manera de cortar las
buganvilias sin romper los pétalos
sin que el público se alarme de
los pensamientos?
(Necesito un museo para la sombra de mis sueños, sin publicidad.)
—A menudo me detengo a mitad de
las sombras: soy animal residual
en la tinta seca de los
calcañales, hueso anegado de rituales invertebrados,
(el hartazgo provocó desorden en
boca, manos pupilas);
ahora me toca recurrir a las fotografías
sepia colgadas del cancel del respiro,
y crear mi propio catálogo de
sonambulismos (la sábana rota que nunca
sospechamos, el discurso en los fósforos encorvados de la
penumbra.)
—Pero, después de todo, vale la
pena reír.
Sólo debo anotar en mi cuaderno
la próxima cicatriz, el chubasco de otoño
en mi cuerpo, o comprar otra
tinta menos desgreñada para mis pensamientos.
Barataria, 13.IV.2013
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