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MUERTE ÍNTIMA
Hablo de lo
que me pertenece y sin embargo se va: vivir y salir al paso de lo profundo
asomarse a las preguntas para que devuelvan el arbusto de la misma muerte la
vida con sus sombras cernido el vuelo —hablo del diálogo que sostengo
con todo lo que me oye la boca que se pierde en el alba el vuelo que horada los
cascos del cielo ¿es mía la tierra cuando llegue a su sombra? ¿de qué paisaje
hablo en el ardor de la madera? (la
muerte siempre es primavera íntima) lo aprendí en la alta noche del
escalofrío entre breves y largas corporeidades siempre igual el bullido del
fuego que consume todo lo que tengo como espejismo de vitrales no hablo de misterios ni de otras muertes
hablo de la mía: crece cada vez el tiempo
con sus remolinos avanza la firmeza del suelo en la oscuridad los días
asustados que cruzan la garganta el
oscuro día de ventanas sin coraje (ahora
recuerdo todos los atajos para llegar a una sábana la calle con su giro de
párpados el hervor del aliento a mitad de la cruz trepan los salmos como
escaleras hasta la boca: muero en la faena de mi propia mortaja duele el
aliento cuando uno prepara los aperos —azadón y piocha y pala— el trabajo es duro
cuando uno cava la mesa postrera luego uno tiene que aligerar el reencuentro
con los zapatos y poner todo el empeño de la dentadura) supongo que debo pensar en las reliquias antes
de halar los bueyes ¿debo callar ante el declive irreversible? ¿debo morder
antes el pasto azul de los libros el coloquio del comején en mi condición
humana la flor de los juegos del
paréntesis que olvidé en algún momento? A nadie he invitado porque es la purificación
de mi memoria a nadie he confiado este austero cansancio a nadie le he dicho
que acurrucado muerdo la ceniza y la grieta que se abre en el semblante del
tiempo —soy Job —debo confesarlo— el que lucha inagotable con la paciencia con
el ave nebulosa que se derrama en el éxtasis del ciprés (soy el hollín anónimo que se
desprende del tabanco) habito las bóvedas de mis culpas a estas
alturas del poema no reniego de nada ni me arrepiento de nada: si he sobrevivo
es lo que merezco aquí está mi cuerpo y
las raíces que me fueron destinadas desde la infancia asistí con traje a los
velorios desde entonces les tengo un gran respeto ¿es intrépida la lámpara de
mi arcilla? —a estas alturas no lo sé pese a las costillas rotas de la noche
pese a los extraños ruidos de las ergástulas (el tiempo no me alcanzó para vivir otras vidas) por eso me sostuve
con mi propia soga (a veces los imaginarios
—lo sé— son de telarañas) por eso no me fio de la moral de las palabras ni
del incensario que refleja cierta inocencia ni del ciempiés que huye de la
lluvia todo se reduce a los acasos: yo me quedo confiado en mis propios
argumentos: mañana o pasado hoy puede gritar el tiempo estoy preparado—le he
dicho reiteradamente— mientras suben los apremios del crepúsculo (los candelabros me recuerdan el sepulcro de
las semanas y la ceniza que confabula en las manos)…
Barataria, 06.IV.2013
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