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cogida de sentilapesca
SEÑUELO
No fue coartada el traspié en
medio del rastro del paisaje,
sino el simple señuelo para
olvidar otras aguas, el filo que mordía
desde su propia concavidad;
no fue la íntima almohada que
llamaba al vuelo, sino la opacidad de
otras
nostalgias de tiempos idos, pero
latentes en los espacios inverosímiles
de la conciencia: sin duda me
rehúso y resisto a las explicaciones de la ráfaga,
y a aquel nombre de alcoba
furibunda.
—Sabiendo que fue trampa todo lo
menesteroso, me reprendo
de haber sido sólo señuelo,
de un vuelo de imantaciones
desproporcionadas, espectáculo de tacones,
en tobillos de una mudanza
permanente.
Mientras repaso el trajín del
aliento, concluyo que los pañuelos limpios,
a menudo, guardan en su interior
escombros y enredos góticos.
(Entonces, en toda danza, uno
termina por descubrir los afeites.)
(Cuando de nuevo, el día resurja,
habré lavado la ropa sucia en casa. Blanco lo negro, verde el oleaje, de
rodillas el paraguas: es fácil, después de todo, ver el alumbramiento de las dentelladas,
oler la lectura de los contrarios, y hasta morder la circuncisión de la
historia junto al zumbido interrumpus de aprendiz de tango. Al recoger la
alfombra del espantapájaros, se libera el espinazo del ahogo de todos los
olorcillos desenfrenados de la ignominia. Un cadáver siempre se fermenta en el
estiércol.)
Barataria, febrero de 2013
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