Imagen cogida de la red
MAR DISUELTO
Como un céntimo de aguas
interrumpidas, la sal del mar
sobre las piedras; me sorprende
el trabajo de las olas, la pólvora
de la espuma con sus paraguas
líquidos,
y ese trasiego de tiempo de las
gaviotas
mientras vuelan.
En mi carne se agitan los peces
del aliento del mar disuelto en el ombligo.
En mi casa me ejercito. Sólo soy
aprendiz del granito, en medio
del goteo de la tinta,
el tiempo que acecha mis
diminutos zapatos; a veces, ni yo me veo
cuando persigo las luciérnagas o
pienso en alguna estación ferroviaria,
la de mi niñez ya fenecida. Uno,
enredado entre tantas aguas,
aprende que el silencio también
está hecho de semillas:
así vemos venir y partir el poema
en nuestro propio pellejo.
A veces la existencia es
invisible en la floración del polen;
con todo, la sed de la epidermis
bebe en el cántaro
la desnudez de los zapatos,
los cuatro puntos cardinales de
la madrugada, el semen del bosque
en trocitos de sonrisa.
Del verde del viaje de las aguas,
le damos al destino su horizonte de hoguera,
—Sí, he aprendido que la palabra
es también horizonte; y aunque el duro
trajín de las estrofas nos provea
naufragios,
las aguas siguen allí, en el
cántaro del colibrí ensimismado.
En el columpio de las aguas, el
paisaje y el viaje, los kilómetros
de pálpito en la tinta, el azúcar
del mar sobre el cuaderno.
No sé si es noche o día, juega el
viento porque existe, —en el litoral,
el hilillo del destello, el
remanso del poema que suma
los trenes y horas en la hamaca
del columpio…
Barataria, 14.II.2013
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