Imagen cogida de la red
RINCÓN
Como un cadáver en la memoria, el
alquitrán líquido de la luz,
los segmentos de tinta en el
almidón de las páginas vacías. Algo dejó
de ser vida en medio de la
herrumbre, todos los días la usura
de los minutos, aquella vieja
lisonja a deidad pura,
los ásperos dedos en desorden del
bramido del gusano que estorba
en la voz: —¿en qué blasón de
saliva los escrúpulos, la tiranía del asco,
y el contrapunto a despecho de
las lecciones del cálculo?
Junto al pozo giratorio de la
luz, debajo de las baldosas, quizás quede
algún trocito de conciencia
el libro de la desnudez a la
orilla de los féretros,
el vaso que no cabe en el
violento puñado del ansia, —porque las bocas
se precipitan en el vacío,
la noche desgastada en los codos
de la mesa: —sálvese quien pueda—
de sus propios deudos que a través de las paredes pervive el grito.
En el rincón de la noche, todos
los días asesinados, bulle la respiración
en el peñasco, fatuos los anillos
del eco.
Siempre es breve el mar en la
jerarquía de los relojes, que a menudo,
la ceniza se convierte en
insulto, ese extravío de luciérnagas sobre la rama
aterradora del búho.
(Al final, el hedor de los
sueños sin ningún disimulo, los extraños anillos
del caracol en la floración de la polilla.)
Barataria, 12.II.2013
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