Foto de Photo spirit, cogida del FB de Mirela Ciortan
INTERIOR
Vuelvo hacia el interior de los
días cuando amanece. La porfía se vuelve invisible en las puertas, queman las
ventanas su religiosa saliva;
todo está hecho para sustentar
ciertas arqueologías, —la página fría
que leía mientras caminaba en los
dobleces de los trenes—;
aún hay tantas preguntas que no
he podido responder, la oscuridad
de la tinta en el cuaderno, la
leche desparramada de los ecos,
la cacofonía de una lágrima
en el invierno lustroso de la
cara, los gestos subversivos de la marea del confeti,
en el pétalo desprendido de las
palabras.
—Habrá alguien que siempre
cuestione mis agobios,
por suerte yo alumbro mis sábanas
desde dentro con el raro sueño
de las araucarias, —frente a mí,
el agua mágica del infinito.
A veces, lo sé, la lágrima es un
acto clandestino en las alambradas del aliento:
juega la fugacidad con una
lucidez desdeñosa,
sólo así me explico la necesidad
de embalsamar algunas cosas.
Son tales los afluentes
interiores, que la conciencia se tornó absoluto:
la proclama de la tinta en las
manos del poema, la versión del alma,
en la estantería del incendio,
después los exteriores y sus miedos…
(Entre el desvelo obvio de la
fonética, la sintaxis del arcano, el azogue y su virtuosismo oscuro: en la
otredad, los ojos eluden el olvido. baja articulado el paraguas de los sonidos,
el chasquido líquido de las consonantes.)
Barataria, febrero de 2013
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