lunes, 4 de febrero de 2013

MARCHITO DE HAMBRE

Imagen cogida de la red





MARCHITO DE HAMBRE





Salvo los jardines y las sastrerías, el metal amarillo de los informes forenses,
las hojas gastadas de las enciclopedias, las bancas vacías de los parques,
salvo los números decimales de las visitas a mi aliento,
el pespunte de moho en mi lengua moribunda, los días que no terminan
sino en la muerte de las talabarterías.
Ya es costumbre pensar en la piedra mansa de la melancolía, en la sal
débil de los párpados, en el rumbo desesperado de los sueños que juegan
a la ramazón del lenguaje de los bejucos.

(Por cierto, nadie entiende la bestialidad de los recuerdos, ni el cansancio que se siente en las penitenciarías, ni la transparencia del añil en la intemperie del alba. Debajo de las baldosas de la penumbra, cruje la danza del hambre: el afán de las cenizas, petrifica las monedas, el pan nuestro de cada día, las aspas de alucinante demencia. La simplicidad del polvo cubre mis ijares.)

Frente a la ventana, los días venideros, sin mayor noticia que las axilas,
la combustión invasora de las sombras,
los múltiples lenguajes de las ventanas, en las paredes móviles
de las telarañas, el frío amargo descendiendo hasta las osamentas del ijar
convulso, cuerpo socavado por el abandono: cualquier evocación
es mejor  a esta querencia de nudo ciego en la materia putrefacta.

Barataria, febrero de 2013 


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