Foto de ART
Pixx Elle, imagen cogida del FB Claudia Moscovici
INSTANTE
(Abres la ceniza del pájaro
sediento, girasoles en la soledad del poeta, —la luna ancla en tu sombra de
barco, allí, con viento y libre de cansancios. Suena el metal en el viejo poema
de mástiles, el portón que va conmigo como en una especie del ritual de la
muerte. Dejadme transpirar este instante, los dedos porfiados puliendo el
ombligo de la aldaba. Sé que en mi garganta, enterrados, los nudos de la
muerte, el eco que la llave arranca a la madera, el ave de tus manos que seduce
mi sepultura. Entra ya a las viriles palabras del espejo, a esa vida entera de
las furias, a la vida que jamás reposa en la espiga del filo de la carne. En la
densidad del surco ávido, la ola sigilosa del rumor del encaje, el sabor rojo
de un epitalamio.)
Toda la madera
tiembla en los silencios del hambre. Toda la madera.
—¿Cómo
entender el misterio de una puerta que se abre al infinito,
al hoy que
muerde clavado en el ala?
Entre las
enredaderas de las aguas del ansia, —el doble acento del monólogo,
la noche
prendida de mis ojos,
la
taumaturgia de tu cintura en la fronda del azúcar.
—Detenme,
allí, en la eucaristía del nido, claro aroma de café desprendido
del
penúltimo reino del poema;
en el mapa
de la llave, la gaviota del sexo en la litografía del aire,
acaso, también,
el contraluz de las diademas nacientes del pálpito.
Cada
instante, es sin embargo, como el último puerto en un naufragio:
—jugamos
siempre, a la summa poética de los barquitos insomnes
de las
pupilas, al libro propio de los metales…
Barataria, 12.II.2013
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