Imagen cogida de la red
CALLE INTERIOR
Tengo acostumbrados mis zapatos a
las calles más desiertas, a los imperativos
de la almohada descalza de la
sangre.
Ya me aclimaté a los mitos y
leyendas de la usura, a los préstamos
y a la plusvalía, al permanente
mercado en las aceras.
Pero termino por correrme del
desparpajo, aunque a nadie le importe
esta ferocidad en que vivimos, (resulta miserable un trocito de sonrisa
en medio de la mácula del poema.)
A veces es difícil centrar las
pupilas en la noche, inventar ángeles extraídos
de la pureza,
quitarle la redondez a las
palabras, lamer la saliva a una moneda inflada,
hablar con los letrados de las
carnicerías,
o simplemente reposar en el
sendero del crimen.
Me cuesta entender la vejez
vertiginosa del reloj, los fermentos de la locura
en la boca, la otra versión de
los sueños en las criptas:
en el petate duplicado de los
poros, las impurezas almidonadas
de los durmientes,
el rictus de los gorriones en
celo,
(la amarga atracción de los espejitos muertos del ensueño, casi proféticos.)
Parece que todo se pierde en el
cántaro vacío de la mercancía del deseo:
La pancarta de tus pezones en mi
memoria es acontecimiento sedante;
en cierto modo se vuelve
optimista mi ciudadanía y altamente declamatoria
la polución blanca del
aliento.
—Sabes que en los prolongados
días del sahumerio, lo intangible
de la alegoría y lo anónimo, se
convierten en suplicio de colmena. (Por
eso
jugar al miedo es nuestra propia muerte, pero es la secular mortaja
de las esquirlas de la inconsistencia…)
Barataria, 07.II.2013
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