Imagen cogida de la red
LETARGO
DEL INFINITO
Invoco todos los días ese viejo letargo
de la ternura: en las paredes
de la garganta, de una en una la
amputación de las palabras.
Al cabo, sólo me toca lamer la urgencia
descreída del infinito y los adustos rostros
de la calle y los relojes
extraviados en las aceras y la hostilidad viscosa de la escritura junto con el
hilván de las goteras.
Todo es como si de pronto el letargo
invernal se apoderara del sexo
y la memoria, de los lenguajes
inexpresados de los poros hasta morder
el sollozo y el tumulto de fríos que
arropan a los cementerios.
Uno no puede menos que dolerse de la
demora, de ser víctima o parte de esta
tortura, acaso una condena rígida como los ahogos.
He vivido hasta hoy, el largo desvelo
de los ojos.
Hay una sed profunda solo explicable en
el guacal donde habita la pira.
Según reacomodo los días, el absurdo es
más creíble que un respiradero normal
en tiempos donde el equívoco es mayor a
la fatiga: (aquí hay actores y actrices
que
han aprendido muy bien el mimetismo de los espejismos.
Ahora
es cierto todo lo que aprendí de la inmovilidad de las doctrinas.
Sobre
qué techos de ilegible caligrafía debo transitar, no lo sé.
Esas
reiteraciones se tornan inequívocas en la geografía de la memoria.
Uno
vive en pos de una realidad desgastada cada día: ahora leo mucho mejor
los
amarillos resortes del tiempo, hay fauces llenas de arrugas,
pero
no enflaquecidas, mas bien sordas de aldabas y desnudas de gula.)
Los tiempos han llegado a una furia
desacostumbrada, espero arrebatarle
los ahogos a las manos, o babear el
candil sin pena ni gloria…
Barataria, 28.VIII.2016
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