Imagen cogida de la red
REPLICA
DE LO IRREMEDIABLE
Las horas repiten los aires de la muerte. La posteridad
quizá también
tenga que hacer sus propias hazañas: en el ojo nunca se
acaban los olvidos,
ni esa vivificación de la tormenta.
Como ayer, hemos heredado huesos y espacios de adustos
guijarros.
Babea el pájaro antiguo en el dintel de las ventanas.
Sobre la impaciencia, la fila de voces secas, la respiración
de ataúdes
y nunca el aliento redimido de las palabras,
retorna el invierno de las heridas y sus declives, los
caminos son más hostiles
en los calendarios sucios de las paredes, en la línea húmeda
que desciende
de la voz, o del puñado de polvo que acumulan los dinteles.
Los abismos de hoy crujen igual que las tormentas del ayer,
igual que las jaulas
del fuego, bocas con ojeras en el pantano de la memoria.
La misma oscuridad se arrastra en las sábanas, destila aguas
como lluvia
en gotero, respira justo en la orilla de los hilvanes.
De cada penumbra de espinas, el musgo subterráneo de los
relojes,
almácigo de alientos soterrados, cuerpos que nunca vuelven a
la luz.
Alguien tiene que arrodillarse siempre frente a sus
pesadillas: los miedos
al parecer poseen esa lógica irreversible: son ciertos como
los ahogos.
Uno puede, mientras tanto, seguir sangrando toda la locura
de los coros del púlpito, y morder su propia tristeza.
Cada cierto tiempo se abren los mismos abismos del alma,
germina
lo inenarrable, el dorso empuñado de los rincones, los
ayunos a ciegas.
Barataria, 18.VIII.2016
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