Imagen cogida de la red
DISTANCIAS
DEL ASEDIO
De todos los asedios, esta cercanía del
viento y su turbante de barbería.
De los abrasados apetitos, el cuenco
vacío de las manos y sus abominables cenizas
y sus aguas de pájaros líquidos.
Como Aracne, el telar del alfabeto y
los calendarios.
La memoria perenne a las dudas del
tiempo nunca faltan: nunca falta
el otro espejo que cristaliza los
duelos y espejismos, las distancias siniestras,
los días bajo el estribo de la fatiga.
(Supongo
que a menudo es inocente lo insólito. Esa sensación de asperezas
en el
ápice de la lengua, el amarillo sordo de la muerte que nos vigila,
los
grandes muros de granito que socavan la respiración.
Siempre
debo pensar en la alta palidez del viento, en el país que arde de tristeza más
allá de los inviernos demorados y las esculturas.
Uno se
aferra al amor que provoca la indiferencia, a los gastados neumáticos
de los
caminos, a la flor de polvo de los relámpagos, a los chiriviscos
de la
risa que quedan en las mejillas, después de una oscurana.
Uno
quiere creer en todos los matorrales de las lágrimas. Quiere creer en todo:
en el
discurso irremediable, en el rocío que se pierde en la lejanía del eco,
en
aquel libro de olvidos que profanó la adolescencia.
Uno
quiere pensar en el país sin que quieran darle atol con el dedo.
Uno ya
no quiere apilar tantos desvelos, ni ponerle candelitas al niño de Atocha,
ni el
vasito de agua detrás de la puerta para que se ahoguen los malos espíritus,
ni
envolver la nostalgia en mortajas.)
Desde estos juegos del presente busco
todas las puertas y sus gestos oscuros.
Barataria, 10.VIII.2016
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