Imagen cogida de la red
ESPEJOS
DE LA DESHORA
Hay ciertos espejos que envejecen como la deshora en el
vientre negro
del papel quemado: ni siquiera los convalecientes gozan de
buena luz cuando
la ceguera arrecia como una rabiosa tormenta de deshielos.
Sobre algunos ruiditos de esperma el piojillo inerme de los
trastos viejos.
Frente al frío tirita la humedad de las habitaciones, los
pensamientos íntimos deshaciéndose en la nada. Las equivocaciones y sus ansias
de verdad.
Pienso en la rueda de los relojes y si un día tendrán alas
inocentes.
Las ruedas de prensa son otra cosa: nunca tienen sentido, o
el sentido está
en lo estático, en ese decir tanto y agravar las horas en
menoscabo de aquéllos
que ya se lavaron las manos, en la antigua sombra de una
bacinica.
Otros jadean en la penumbra del vaticano.
Otros y otros y otros y otros ensayan su vida después de la
muerte.
Otros y otros y otros y otros duermen invocando las
enseñanzas de Zaratrusta.
Y otros cierran los ojos para ver los imposibles.
Quizá un día canten su esencia en el subsuelo todos los
ataúdes.
Antes de absorber todas las deshoras, es preciso
contabilizar los ojos ciegos
y la saliva que fluctúa como mercancía para infancias
tristes.
Desde el telar interior, uno sabe por dónde flamean las
costuras y las viejas mañas
de desenredar el pecho con un poquito de espera o
paciencia.
Todo zumba debajo de las aceras y el asfalto: las voces de
unos y otros,
la neblina de sed que arrecia sobre la garganta de las
palabras, la soledad
alargada con aplausos, el dolor siempre que nos desvive en
su roto invernadero:
invoco por un segundo la obviedad de las cosas…
Barataria, 2016
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