Imagen cogida de la red
METAMORFOSIS
DE LOS GRIFOS
No solo es ese mundo que nos aprisionan
los párpados, sino los brazos cambiantes
del mundo y su enredadera de grifos
ahumados por la lengüita
de felicidad que le ponemos a la
casualidad.
Entre las tantas cavilaciones es posible
que el musgo crezca al tiempo
en que la claridad se apaga: uno
acostumbra los escupitajos en los mingitorios,
equivocar las madreselvas o darle un
sedante a la vehemencia.
Seduce ese cálculo ensordecedor de los
mediodías y sus muchas fotografías
de grises, y su reloj de herramienta
iracunda.
Sin duda en la boca del tiempo no son
necesarios los metales para entender
que la vida cambia y florece, a menudo,
vanamente.
Alrededor, confunde ese sueño apretado
de las entrañas que se lleva en castos
recintos de guacales: uno trata de
tejer y destejer las aguas invariables
de los ojos, la ira de los pasos, o el
juego que deja el rastro de las raíces.
Crece todo este aire orillado de las
supersticiones.
Madura el cuentagotas en la resistencia
de los puños.
En el eco a veces quebrado del idioma,
el espejo líquido violento del agua.
(Háblame
de cada horizonte perdido, de la luz abierta de otros nombres.
Quiero
un ala impregnada de ventanas y negarle a la lejanía su negrura.
Aquí
arde la garganta y los ijares de la madera que sostienen esta vieja boca
de
estaciones fenecidas. Te oigo al borde del concreto del mundo.
Crece
la salpicadura de zaguanes en los ojos.)
Alguien deberá darle nuevas
instrucciones a la ebriedad, a aquella gruta
de durezas húmedas, al agua otra vez
núbil de la luz…
Barataria, 2016
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