Imagen cogida de la red
PONIENTES
ÚLTIMOS
Quizá en lo intangible, los ponientes
últimos de la sombra y sus designios.
Uno recorre la carne pálida de la noche
y sus extremidades oscuras,
y su vaticinio de rasguños, y su
crispación dolorida.
El tiempo nos enluta con sus olores
nauseabundos: descubro que no hay profetas
ni profecías, si acaso, tentaciones
y reminiscencias de prostíbulos.
Si acaso, los excesos de intrigas y la
tenacidad de las carnicerías.
Siempre me quedo atónito como el pájaro
que solloza sobre la rama.
Siempre uno debe jugar al falso o
verdadero de las espinas o los alicates,
al puchito de sudor en el desierto,
a la saliva amarilla de los trenes, a
la lengua de los cuerpos desnudos
sobre el asfalto: cuando amanece
cualquier proeza está enlutada.
Nada es la resignación frente a la
inmundicia de las verduras, frente al balance
solemne de los cuchillos, frente a la
rosa destrozada de la tristeza
y sus accidentados rincones. Toda la
desnudez es dura mesa.
En esa muda mortaja del extravío,
quiebro las cucharas del horizonte,
heridas incendiarias de lo postrero.
No llegaré ya, entre las tantas curvas
del camino, al petate de luz de la claridad,
sino apenas, al esbozo del rocío, a la
línea dibujada en los sueños.
Supongo que mis ojos miran donde no hay
nadie.
Son tan distantes las cercanías que
perviven en la herida y en ese golpeteo
de esperma, casi como la respiración
última de un manifiesto.
Le devuelvo a la tierra, sus relojes de
dientes verdes, sus ojeras de fruta ciega.
Barataria, 04.VIII.2016
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