Imagen cogida de la red
MAREAS
ADUSTAS
Sobre los fierros líquidos de los
litorales, los viejos pañuelos de espuma
y sus arrugas de desconfiada sal: la
verdad, no sé en qué pienso cuando
baja o sube la marea, y moja los negros
párpados desvaídos.
En el girasol de barro del crepúsculo,
los ojos se confunden con los pájaros,
al igual que la antigüedad atardecida
del pez de los relámpagos.
Frente a la sedición de la arena, no es
tampoco extraño el golpe del oleaje
en las sienes, o en las rodillas. O en
el bajo vientre, o las tijeras.
En todo esto hay apretados dientes como
puertas.
En cada oleada, la obscenidad nos
pincha el aliento, nadie es inmune
a la redondez de las grietas, ni al
confín adusto de las tormentas.
Hundido en los puños del agua, el
cuello hasta la sombra de las manos;
al punto del último ahogo, los brazos
con sus oscuras castraciones,
y las tumbas como una lucecita en la
oscuridad plena.
De aquí en adelante, leo las torceduras
en los periódicos del país,
Leo, por ejemplo, la primera voz en
singular de la patria y la tercera; jamás,
la primera en plural, a menos que sea
para agarrar inocentes.
Ahora que ya estamos saliendo del
asombro primero, entramos al segundo
con algunas desazones: la palabra suele
ser delito, puerta o ventana:
se prohibe disentir aunque sea entre
cadáveres sin dientes y sin mortaja.
¿Quién muda, después de todo, sus
propios fríos e inmolaciones?
Ante lo subterráneo de ciertos
silencios, los juguetes con resortes y dildos,
hacen lo suyo. Al borde de la historia,
la resaca ostentosa del infinito
y las claridades que siempre acaban
estremecidas en la oscuridad…
Barataria, 2016
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