Imagen cogida de la red
EXTRAVÍOS (MONÓLOGO)
El espectro conocido por las tempestades como un caballo
afiebrado
Aporta arbitrariamente su celeridad en los ojos del
crepúsculo
Estamos bloqueados por los remordimientos
El ataque de los remordimientos con voz de noche y lobo moribundo
Alerta sonámbulo fulminado tus argucias llegan demasiado
tarde
Cultivador de metamorfosis en oscuros domicilios
Como refrenar el fuego mensajero del populacho
Y recoger los actos olvidados en el camino
Vicente Huidobro
En
esta acción de perderse uno, de reincidir en esos extravíos de la historia, hay
herrumbres, faunos y bosques; hay arlequines con pájaros en las manos para
simular otro mundo. Cada vez la turbiedad canta y se declaran zonas, geografías
de emergencia nacional: sólo para resguardar el confort, mientras se cubren los
espejos rotos de los simbolismos. No puede ser orgullo nacional consagrar toda
una vida a masticar epitafios. Aquí, los ríos son mucho más profundos que los
de José María Arguedas. “Un espejo o una cruz reducen todas las miradas
postreras de la fugacidad./ Vuelve el áspero ijillo de las cenizas reflejadas
en la conciencia./ ¿Quién puede desasir la tanta confusión de los diptongos y
desnudar / de una vez por todas el frío secular de la desesperación y el nudo
ciego/ de las manos? ¿Quién puede dejar
de ser marioneta suplicante en medio/ de historias cansadas, o féretro entre
tantas histerias y pestañeos?” ¿Nos
salva, acaso, escribir todas estas “iluminaciones”, las oblicuidades amañadas
en el rictus del poder, en el despojo de nuestras alegrías, en los regresos
siempre a las inclemencias del granito? Cada quien es el rostro que lleva en su
conciencia, los deshielos que sufre después de quitarse el disfraz, las trampas
de las vendas, y esta intrincada extremaunción de todos los días. Hay semanas
indeterminadas como un enfermo crónico, hay aflicciones inducidas, como los
amores siniestros, como un tren que nos arranca de tajo la melancolía. La
verdadera cara del país es la penumbra, las anticuadas vestimentas de la realidad,
las personalidades administradoras de la indiferencia, los delegados para
colocar pedacitos de trapos en la historia, o esos pedacitos colgarlos de las
telarañas. Es cierto, uno debe comprender que no existen los milagros: hay que
ser ingenuo o demasiado perverso para creer lo contrario. Muchos se gastan la
vida produciendo para otros la tristeza, o la muerte ajena, o algunas sombras
definitivas como la de las moscas. No veo nada diferente a la desesperación;
cada quien usurpa bienes y fotografías inexorables. Hablo de nuestro
tiempo y del desdén al que estamos
sometidos, hablo de los balcones con preámbulos de ceniza, hablo de toda la
esperanza defraudada, de lo único que tenemos si acaso, algunos como el recuerdo.
Hablo de morir porque ya se agotó la belleza, los rostros reconocibles, la
escritura cierta, los cumpleaños sin pelajes. Hablo de las personalidades que
nunca se ven, de los invisibles, de los que antojadizamente nos muerden los
calcañales. Hablo de los ojos que han perdido su temeridad. Hablo del grito que
cruza los lóbulos y de los perros que mean las estatuas y defecan a juzgar en
los alrededores de la mesa. A uno solo le queda morderse minuciosamente las
arrugas, en todo caso rascarse las ojeras, dudar del bostezo y los
afrodisíacos, procurar con cortapapel la inmortalidad. Yo no sé cómo quererte,
le digo a la poesía después de todo. No lo sé después de tanta fidelidad
absurda, no lo sé cuando mi actitud es sólo de olvidos, de ascos y
obscenidades. A veces, por ejemplo, quiero distanciarme de las palabras, pero
no encuentro otro refugio, otra manera de tararear los absurdos, las frasecitas
bonitas que nos dicen. Soy feliz, después de todo, respirando todas las dudas
que nos deja la respiración, los argumentos que nos promulga el frío. Empiezo a
escribir siempre por donde menos me lo imagino. Detrás de las semanas la locura
es oficiosa. Amo todos los movimientos de cabeza para decir sí, todas las hojas
que caen así como con desmayo del árbol del aliento, tal voluta de ceiba o humo
de cigarrillos baratos. Ya me he acostumbrado a no entender nada de la
humanidad; a veces simplemente enfurezco junto a los murciélagos. Con todo, hay
lugares fascinantes como los patios alígeros del otoño como una estatua
olvidada de sus cansancios. Me gusta, en verdad, lo pintoresco que somos los
seres humanos sobre todo cuando no ocultamos lo prosaico del veneno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario