Imagen cogida de la red
MONÓLOGO (FUERZA AUGURAL)
Ojos que no me atrevo a encontrar
En el otro reino del sueño de la muerte
Estos no aparecen
Allí, los ojos son
Luz de sol sobre una columna rota
Allí, está un árbol balanceándose.
y voces están
En el viento cantando
Más distantes y más solemnes
Que una estrella desfalleciente.
T. S. Eliot
Nunca
ha sido fácil tener como abrigo las palabras, tampoco lo ha sido caminar,
pestañear, caminar, correr, alzar la cabeza sin analgésicos. Uno siempre camina
en la cuerda floja del aliento, cargando sobre la espalda los tantos chunches
que se encuentran o necesitan para la vida ciudadana. “Hay ojos extendidos
hasta donde el cuerpo batalla con los peces./ Nos golpea la linterna de las
palabras, esa luz cumplida que nos sostiene./ Siempre resulta extraño el
vaciadero de sonidos de las campanas.” A veces lloramos colmillos de lejanías,
lloramos en los agujeros del combate, sea fingida o no la lágrima que emerge de
lo recóndito. Nuestros ojos desenredan los bejucos del día a día, hasta morder
el hollín que nos deja la oscuridad. Más allá de los caminos está el camino: a
veces hecho de golpes y abolladuras, a veces de neblina envolvente como las
armaduras, a veces de herraduras o escarcha. Nos ultraja la lisonja y la avalancha de
tropeles sobre el aliento. También existen senderos ocultos y héroes perfumados
y auxiliares de lluvias y vacíos y estruendo haciendo fila para interrumpir los
sueños. Hay caminos donde nunca encontramos oscuridad, el ojo sabe enderezar
las aguas del mar y arrancarle el secreto a la espuma. “A veces ⎼⎼como lo dice el poema en
cuestión⎼⎼, es plomizo el último
aliento de los caminos horizontales del contagio./ Uno siempre quiere
desatornillar el sinfín de lo interminable, quitarle el luto/ a la carcoma, morder el aguacero que cruza los
párpados.” Hablo de planicies, aunque existan las hondonadas, hablo de luz
aunque nunca encuentre el atajo, hablo de caminar siempre pese a los bostezos y
a la hipnosis colectiva. Cada quien, a fin de cuentas, interpreta, traduce, los
fríos del país, los calores del país, la menopausia del país, la verborrea del
país, la artritis del país, la falta de bálsamo en la microeconomía, los tahúres que nunca se exterminan. Nos
empapamos de las densidades de humo de cigarrillos. El tul del silencio aunque
hablemos, inunda la boca: ¿para qué agujereamos el vacío, y las jaquecas
almidonadas de cadáveres, para que materializamos el puercoespín de los
abrazos, el balido lagrimoide de los golpes? Sí, hay tantas fogatas como
declives. Pero también hay celajes salpicados de sinfín. El poema está hecho de
todas estas avalanchas: de piedras, golpes bajos, mansas palomas, encumbrados
seres humanos como seguramente se ven las estribaciones. De alguna manera, o a
mi manera, estas carpinterías del pensamiento, este campo de concentración
rodante convertido en Universo. Uno hace palabras del conjuro, y de tripas
largos poemas, poemas de huesos o ceniza. Yo no subo las escalinatas del poder,
no las conozco, si acaso la escalerita de niño travieso del alfabeto. Conozco
allá abajo como la palma de mis manos; conozco los estertores de la velocidad
de la liebre y el de la mariposa junto a la piedra. Siempre hago lo que debo
hacer: escribo. Para cada quien hay una luz que lo oscurece o lo alumbra. Yo no
me detengo a pensar en esos pormenores, porque delante de mí está el tiempo,
como una pirámide solar, la huella pintada de arco iris. Por supuesto que no
dejan de existir los senderos y caminos envenenados. Por supuesto que nunca
dejarán de existir las abrazaderas para avasallar, para tejer de sombras el
viaje. En el poema también hay olvidos y lejanos botines de pájaros y días
cerrados como un cofre. Después de todo me limito a escribir sobre la piel
aplastada de mis vestimentas; a veces
procuro hacerme invisible como mis nahuales. Toda escritura, sin más
explicaciones, es una fuerza augural insoslayable e impostergable.
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