miércoles, 26 de octubre de 2016

RASTRO DE LA MEDIANOCHE

Imagen cogida de la red





RASTRO DE LA MEDIANOCHE




Sobre las manos, el rincón febril de la medianoche y su flama de opacidad.
Se ven helados los pedazos de sombras alrededor del filo de las aceras.
Cada cercanía está llena de ruidos, entre una vida y otra vida, las formas invisibles 
de la complicidad, los zapatos debajo del subsuelo del crimen:
en las ojeras grises de la gente, los ruiditos del estrépito de la piel,
la hamaca de ojales, arriba y en el horizonte.

Tiritan frente a mis ojos las camisas oscuras de la muerte. (Nada se borra
en lo alto de los párpados; en las afueras, hay aldabas y cipreses y sombras,
y una luna enloquecida en medio de las ramas. Y una cruz de fatigas.
Nada transcurre sin que se hunda el aliento en los candeleros.
En los ojos, el cúmulo aguacalado de los miedos, la lluvia como un grito sordo,
aquellos bultos descendiendo hasta la herrumbre en los dominios del abandono.
A veces es solo una piedra la que abre con ímpetu las persianas del pecho.)

Yo siempre me quedo cavilando en cada una de las lecturas que le hago
al envejecimiento: algo queda de uno después de la escritura, quizá las espinas,
quizá la tinta y su crueldad de palabras, lo inútil de escribir en un país
que no tiene existencia real, cada quien bracea en los insomnios de su abismo,
y hasta percibe a sus semejantes en medio de los espejos rotos del vecindario.
En el sentido del sollozo, no se explican todas las mordeduras
que nos deja la realidad, ni el frío de dientes que dentellea al silencio.
Temporalmente uno puede girar alrededor de las rodillas, sin el pánico,
que provocan las brumas de lo imposible, sin presagios funestos.
Barataria, 2016

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