Imagen cogida de Printerest
SINTAXIS DEL ESPEJO
Sobre la diadema invasiva de la noche, la vasija de
sombras insondables.
Maduran los fuegos grises de mis osamentas.
(Frente al espejo,
las rasgaduras en zigzag de tantos sustantivos,
las palabras, allí,
ahogadas en el entrecejo, la llovizna de monólogos.)
Arde el telar del tórax mientras la ceniza construye
lentamente mis ojeras.
Retumban los párpados en el hacinado silencio de los
dientes.
Todo parece aquí agua espolvoreada, negra, como el tizne
de la zarza
quemada en la ablución del cuerpo.
También en la otra cara de la cruz se asoman lenguas de
fuego.
Jirones de paredes sangrantes, húmedas telarañas que
multiplican
su eternidad, trancas de gritos en la oscuridad.
Cada funeral se convierte en una punzada de intemperies
frías: más allá
de lo confuso, el cortocircuito de las desolaciones, cuya
vigilia carboniza
mis zapatos hasta el punto de desembocar en el harapo del
tiempo.
—Claro, nunca es fácil andar descalzo y entender todos
los cansancios.
Es fácil perderse en la estantería de tantos ojos y en
las indefiniciones.
A cada quien le asiste echarle aceite a las bisagras o
cambiar el rumbo,
aunque sean, también, senderos amortajados, juegos de
duras espinas.
Siempre me toca velar fotografías, desposeer la memoria
de símbolos,
habilitar mi escritura en la boca de sed del papel,
recordar el azúcar de pilón y las cucharadas de aceite de
bacalao del duelo,
o disfrazar el granito por una piel más tersa.
Al final me precipito, sin repartir nada, en el galope
del espejo agujereado.
Barataria, 2017
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