Imagen cogida de la red
BÚSQUEDA
Busco
algo en la luz que aún no haya sido descubierto por otros ojos,
otro
poro irrenunciable y terrestre, otras pequeñas llaves para abrir
despierto
el movimiento perpetuo del olfato.
Busco
en la oscuridad las palabras claras, inexistentes del abismo:
el
terror de la huella que va dejando el abismo,
el beso
inolvidable que provee la vehemencia, la caricia que violenta el pulso,
los
ataúdes indescriptibles en la garganta.
Ya me
he llenado del sudor sucio del alfabeto de las alcantarillas.
La niebla
del infinito sangra en las calles como un aroma de lutos perpetuos.
Veo un
anaquel de olvidos y heridas congeladas con sus agujeros.
Husmeo
en los carbones retorcidos de los escapularios, el polvo de la hoguera
rompe
en gritos las ventanas, el susurro que dejan los vestigios.
Despabilo
la brizna seca de la hojarasca y la vertiente de tus aguas
para mi
sed postrera: mi sed en tu bosque fermentado de arcilla.
Ojeo en
el espejo todo este ardor de esperarte sin la calma de una herida,
sin que
la sombra cubra mi propio cementerio.
La
pulsación de los relámpagos carcome el galope del tórax.
Voy
confundido de fuegos y lejanías y dádivas que jamás entiendo.
—Sé que,
ciego después de mi forma, endurecen las
palabras colmadas:
en mi
interior, sólo he aprendido a platicar con oscuras carpinterías;
y sí,
aquí, el soplo verde del cierzo y el martirio de cuanto ven los ojos.
(En el mundo del delirio, la luz es otra palabra revelada a voluntad.)
Barataria, 2017
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