Imagen cogida de Printerest
ARREBATOS
Con su orificio de sollozos la lluvia mortal sobra la hoja
indemne.
Siempre es así en la persiana de los sueños, en el arrebato
del brebaje,
o en el trópico de césped de las lápidas.
Al término del vuelo la luz nos da golpes inesperados, muerde
el callado
sueño, la humedad de los designios: cavila el tiempo
en medio de nuestros ojos pobres; no hay palabras que
reemplacen
este desvarío, siempre me estoy precipitando entre los
muertos.
Hay heridas profundas que salpican mi pecho cuando noche y
aguacero
se juntan como un osario común entre los dientes.
(Alguien me llama desde
el eros de los analgésicos, es desgarrador
entre tus muslos; crece
hasta el fondo el árbol de la tenacidad.)
Debo leer entre líneas el alba de la ternura, el esperma en desorden
de la sombra, la complicidad encadenada del alfabeto, el cielo
nutrido
de la brasa, los lagrimones soberanos de las cobijas.
Después el cuerpo y sus fantasmas, la atmósfera terminal de la
madera,
la rama de agua sobre la almohada cuando se duerme.
Después la brisa y la lezna de los suspiros, el pecho y la
memoria.
De pronto, todo vuelve a ser polilla.
En la boca, claro, siento el nudo de las substancias y la
desnudez remota.
—Vos corrés, claro, a través de todos mis
fríos.
En el barandal de mis aguas, el sonido inseparable de la
sangre.
Barataria, 2017
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