Imagen cogida de la red
DEGÜELLOS
En torno al vacío de las ventanas no existe garantía a la
moralidad.
La madera de los féretros, por desgracia, nunca recupera
su brillantez,
tampoco los disfraces del cerrojo y los hastíos.
Asfixian los alrededores del invernadero y el humo
colgante de la niebla.
En medio de las cobijas nauseabundas del agua, obra a
traspiés el sigilo.
Detrás de la claridad solo hay infiernos infinitos,
idénticos al vértigo
oscuro de los cántaros del trasmano.
Sólo la indiferencia y la adustez poseen su camino
endulzado de metales.
Me detengo a arder en las alas convencionales de hojas y
ramas.
De vez en cuando los jardines de jengibre picotean el
aliento y tiñen
la inocencia de los límites próximos al musgo.
Más allá de ciertos lugares segregados, las líneas del
tiempo con sus miedos,
las manos desvanecidas en la sombra de los espejos,
o ese ojo en fuga que nunca se harta de mirar desde
adentro.
Nada tiene sentido cuando el filo ha desdibujado la
mañana de las palabras,
y la voz se aleja y muere en el río de silencio de los
sembradíos.
—Es como si de pronto hubiese transcurrido todo un siglo
de espejos rotos,
todas las ventanas del tiempo colgando del eje de la
noche.
En la palpitación se alzan los ojos sumergidos de las solapas:
mientras
la sombra delinea su absoluto, la hoja endurecida del
asfalto,
se adentra con sus despojos en la sangre. (El ansia degüella el infinito.)
Barataria, 2017
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