Pintura de Rene Magritte
FOSA DEL INSOMNIO
Clamorosa es la fosa del insomnio: las horas de ceniza que
desabrochan
las pupilas zurcen mi aliento, la respiración degradada a cadáver.
Las paredes circundantes donde se posterga la desnudez, o los
ímpetus
de las carcajadas en las cansadas osamentas del sonambulismo:
en el taxímetro
de los féretros, las calles y las esquinas ancestrales del
orgasmo.
(A veces, sólo es
cuestión de pensar en las estaciones y los ferrocarriles,
en la rama que se
deshoja en los ojos, en la carne que tiembla frente a calendarios yertos, en
las palabras que nunca dije porque les faltaban ojos
e intérpretes, y relojes
para medir todas las urgencias.)
Aquí se flota y se cabecea: se naufraga, después de todo, en
el desequilibrio
que provocan las ansiedades.
El punto es que siempre llego a lugares deshabitados,
cambiantes, festivos,
para el desencuentro, lugares atardecidos como las bacinicas.
Sin entenderlo, le añado humo a mis pálpitos, luego caigo en
la cuenta
de las telarañas, en lo inútil que resultan las llaves en mis
manos ciegas.
Las puertas en mi fallida garganta. Los crisantemos rotos de
las pupilas.
El otro mucho que se descolora y desdobla en la memoria.
Hablo a ratos con el musgo de las encarnaciones, hundidos los
cataclismos
en el entrecejo, o en las ennegrecidas ingles de los
matorrales.
Nada pasa más allá de la nube afilada de los objetos del
desvarío.
Todo adquiere entonces, ese sabor enjaulado de las mazmorras…
Barataria, 2017
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