Imagen cogida de la red
ARCO DE PIEDRA
Sobre el arco de la piedra, la escarcha de luz del
sollozo.
Frente al ojo galopa el entretiempo del dolmen adánico
del relámpago.
Es tal la avidez que la boca consume todos los parajes,
las monedas
redondas de las horas, los senderos mudos y sin
respuestas a mis palabras.
Pinto largos trenes con estatuas degolladas, se
desmoronan las alas,
un día, indeclinables: queda la memoria lacerada de
pájaros
y dura de aberturas, igual a la carcoma de una boca
desterrada.
El cordel de la respiración se unifica en el espejo hasta
el absoluto.
En la fulguración del vértigo arde el enredo de los ojos
y la quema del sueño,
aquellas aguas de chasquidos y murmullos.
Aquellas ráfagas de fiebres y pupilas coaguladas en
máscaras,
aquellas fauces de distancias ciegas, ciegas y ahogadas
en la sangre.
Descienden a su matriz todos los engendros respirados: la
viscosidad múltiple
del solo nombre de una mirada,
las palabras siniestras que cuelgan de las solapas de las
ojeras,
la forma única en extremo de la respiración y su día de
caducidad.
No miro sino el tacto que guarda la sombra de sal
sumergida en el pecho.
No toco sino el latido de todas las poluciones
concentradas en las ingles.
Sobre esta desrazón del granito, la furia del hambre y
sus desamparos,
la garganta y sus entrañas náufragas.
(Caminamos
doloridos de fe sobre la cruz o el llanto de los desgarramientos;
todavía los
mártires están por definirse en medio del ardid y la desesperanza,
entre el breve
sueño de la vida y el largo camino de la muerte.
No hay elevación
sino en las almas abatidas)…
En la transparente oscuridad del deseo, el lugar de donde
deviene el cierzo,
vívido como el espacio que ocupa tu cuerpo en mis ojos.
Barataria, 2017
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