Imagen cogida de la red
TALPETATE
Somos el sueño endurecido de los
monstruos que nos sueñan. Allí donde el día
nos distancia, las fotografías
ineludibles de lo enfurecido e inusitado.
Sobre toda esta carcoma árida del
sinfín,
el arado abre el surco como una
madrugada solemne.
Nos pesan desde luego las llaves
demacradas del sueño, los condones arrojados
al templo de la iracundia, toda
la fantasía destruida en el polvo voluble
de las luciérnagas. (Nadie
sale ileso después de ser atravesado por las vigas
del dolor, después que el aliento destila delgadas mazmorras de
desvelo.
A menudo la fragancia de la ceniza y el estiércol son
irremediables.
En esa palabra talpetate, el tiempo se ha detenido con su lámpara
infértil.
Algo rompe mis zapatos: el perro del vacío que aún duerme en mi
memoria.)
En toda la realidad que contienen
las palabras, he ordenado mis delirios
y olvidos: me entusiasma limpiar
la almohada todos los días;
bajar a la edad intemporal de mis
ojos,
intuir junto al candil, esas
extrañas revelaciones de la noche; contemplar
los precios diversos que tienen
hoy en día los milagros.
Convulsiono frente a los relojes
y a esa necesaria disposición de nacer
todos los días: supongo que da
risa la palabra mañana, a sabiendas
que podemos tropezar con esos
muertos atrapados en su sueño y sin memoria.
—De todos los nombres ásperos que
recuerdo está el respiro pétreo de cuanta
lágrima y sed corren en mis
miedos…
Barataria, 06.V.2015
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