Imagen cogida de la red
LUGARES COMUNES
Saltan los relojes sobre los
diversos lugares comunes del día: el poema, a fin
de cuentas, recoge las monotonías
de los soles líquidos que habitan la garganta.
Ante cada pájaro amordazo por el
silencio de las paredes, la ardiente espera
para la fuga, los miserables
tiempos de la impureza,
las tristes palabras de al lado
de la ceniza, mismas que muerden las distancias.
Vivo enajenado dentro del vacío
de los mapas: hay deshechas melancolías,
amarillas manos de polvo, heces
de lenta resignación en las estatuas.
(Dejadme atardecer junto a la guitarra de la hojarasca; aquí,
tierra y carne
en el girasol de fuego de las luciérnagas.
Dejadme confinado a esta intemperie de lejanías y olvidos
hirvientes.
Dejadme en estos tiesos andenes de la escarcha donde petrifico mi
otoño.)
Un día, por cierto, ya no seremos
el presagio en la lengua abisal de las esquinas,
sino otra terquedad de redimidos
símbolos funerarios.
En alguna extensión de los
parques, alguien acrecienta las heridas de la sed;
en el péndulo del infinito, todos
los andrajos solemnes del paisaje y esa fuga
del goteo del alambique sobre el
musgo de la almohada.
Nunca hubo otra destrucción a
estos suicidios que se atisban
desde las ventanas: en los
hierros disueltos de los grises, los viejos trenes
de la nostalgia con su ciega
borrasca.
Todo exaspera en los cuerpos
sofocados por la lepra fúnebre del grito.
Altas son las antípodas: no sé si
exista algún reemplazo en los puertos sombríos
o en la estación de trenes, donde
el pálpito es árbol desmedido.
Barataria, 20. V. 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario