Imagen cogida de la red
LOS DEMONIOS DE LA ESCRITURA
Usted, seguramente, harto de deslumbrarse
ante las palabras, ante ciertas palabras enredadas en el andar de la
conciencia.
Usted, seguramente, no duerme
ante la furia crecida de huesos de hoy en día.
Usted, seguramente, escribiendo
mundos o dibujando abismos con la sombra
de la tinta: siempre es extraña
esta suerte de demonios (tropezar en
ayunas
con telarañas; indefenso ante colillas y espejos. Uno, a fin de
cuentas, sólo
puede explorar ciertas rarezas: la realidad inexplicable de las
caricias,
los catálogos de botellas en altamar, la ciudad que llora
despedazada en aguas
grises y turbulentas.)
Uno empieza a vivir cuando
deambula en las esquinas.
Se empieza a morir en la
escritura cuando la razón abre la lucecilla del candil
y uno entiende que no sólo de
soplos está hecha la vida, el trino, o los gusanos
de todos los absolutos del
aliento. Todo es frágil en los cadáveres.
Es evidente la tortura de la
iniquidad en las pupilas, el suburbio de la lengua
en la metrópoli, los diversos
alfileres que atraviesan la cocción y trituran
la ponzoña en el rostro, y
pervierten la respiración hasta el punto más alto
donde la polilla ejercita sus
escorpiones.
Aun con todos los abanicos
inexorables de lo móvil, sentir es una locura heroica
y, a la vez, inquisidora: ¿quién
da fe de los extravíos de la sombra en el aliento?
Vamos en lo acontecido, agregando
piedrecillas a esa letanía de calles ciegas.
En el griterío de los
prostíbulos, los embudos como colmillos de tinta al punto
de morder las extremidades de lo
abrupto. El ojo aprisiona la gruta del pájaro.
Barataria, 17. V. 2015
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