Imagen cogida de la red
ALBA DEL CARACOL
El caracol del alba incendia las
arenas movedizas de los ojos, los vahos decapitados
de las monedas, y esa
lejanía que se acerca a las manos: allí,
las claves carnales de los ojos,
y la embriaguez revelada del cierzo unificado.
A veces nos perdemos en la
docilidad de los paraguas;
en el acordeón del pálpito,
el aroma como un pregón de
litorales. Así de simple nos vacía el fósforo
encendido de los párpados: ladra
la escarcha en la sombrilla de la hojarasca.
En el interior del prensapapel
indescifrable los vacíos sumergidos en la boca.
Nos pesa la niebla en la desnudez
absoluta.
Nos pesa el animal herido que llevamos en el cuerpo.
Nos pesa el caracol que devora
los espejos.
Hay sinnúmero de nombres que uno
pierde la cuenta de las tantas heridas
que tienen los claveles, la mudez
o las palabras negras en el cuerpo,
o la urgencia de las llaves en el
fuego.
—(Vos sabés que nos pesa la máscara insepulta de los muertos, la
viscosidad
violenta de la desdicha, los minutos remotos del aliento.
En el ojo confuso de la madrugada, los pájaros alargan las
semanas.
Sí, al final, entre los troncos húmedos del alba, construimos
nuestra sepultura.)
Entre lo acuático y terrestre,
esos tentáculos cubiertos de tiempo:
sobre mi lecho de bosque y
tormenta, la geometría de las ruedas del sinfín,
y esta hambre sobre el pan negro
de la seducción. Sólo hay sosiego y hervor
para mi boca en la ferretería
inoxidable de tus muslos…
Barataria, 21.V.2015
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