Imagen cogida de la red
FIEBRE DE SED
Como la semilla en el surco, la
sombra fúnebre, volátil, del recuerdo y sus gotas
de sangre. Incontenible la boca,
ante las navajas de sed que se abren
a medianoche, debajo del grito
sordo de la madera, hundido en las paredes
de musgo del presente.
El abandono nos encuentra en la
escritura siempre en fuga del reloj.
En las orillas del ocote, la
furia del fogonazo y su ojo de cíclope.
En presencia del búho, la vigilia
monocorde de los cuchillos y el lenguaje abierto
de la fuga: huimos amarrados
de la sombra de la nostalgia,
el dolor apenas en la sed del horizonte,
las alegrías momentáneas en la
almohada, sobre el despertar de osamentas.
Sube el sabor tetelque de las
paredes al vaso de agonía del sollozo.
Frente a los tantos huesos en el
sueño, los rostros que se atreven a desaparecer.
—Voy desnudo como las moscas en
los sesos.
Como la ceniza salpicada de odio,
la flama del hambre y sus retornos.
A mitad de la tormenta todas las
extrañas lejanías de la infancia,
las noches encapsuladas del
sollozo,
el nudo de la materia y sus
manías desatadas. Resiste, —me dice— la fiebre,
mientras oigo el eco de la
brizna, o el océano de liquidez que ansío.
(A menudo resulta irremediable el confeti en la comida, o ciertos
espejos
que pretenden humedecer la garganta.
Antes, sólo aspiraba a mirar la jaula en mis ojos: hoy, escrutan,
el ala y la edad.)
Barataria, 18. V. 2015
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