Imagen cogida de la red
ASTILLA DE LA BRASA
Alguien hace astillas de la
respiración. Alguien, hoy, muerde la brasa obscena
de la última memoria de las
astillas. Alguien en el limbo de los vendajes
del fango, en el colibrí de la
brasa de los epitafios,
castrada la hogaza de calostro, o
conjurada la bocanada de respiraciones, muerde
la pluma fuente de las astillas.
Muerde el pubis yermo de las
begonias hasta el bajorrelieve de la almohada,
muerde el tintineo de la
respiración y su carne herética encandilada,
muerde la brasa desangrada en el
pañuelo verbal de los empedrados,
muerde los cántaros licuados en
el cuentagotas del colibrí afilado en las manos,
muerde el rostro embalsamado del
delirio,
muerde las semanas carbonizadas
de los funerales, la sintaxis del ocote,
los barullos deshuesados de estos
días, las franquicias irrespirables
de los profetas, la lágrima del
pino clavada en el bostezo de las migajas.
(De pronto, ya no sé ni qué decir. Mar afuera, mar adentro, en los
ojos de niño
que aun preservo en los hacinamientos de mi cuerpo.)
En la superficie de la duda, los
buhoneros de la ceniza y su benevolencia;
los mismos de siempre que
comparten altares siniestros y promesas de vida
eterna y cielos con pajarillos,
sin máscaras.
Mientras espero, también juego a
la avidez, al modo del mercado y sus bellos
productos, a esas otras
contingencias del arcoíris. A menudo lo inevitable
acaba siendo frágil, ficción,
noción de otras formas del fuego.
—Vos, sin embargo, desnuda en la congregación
de la lágrima inverosímil.
Barataria, 23.V.2015
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