Imagen cogida de la red
PIZARRA DEL ALBA
Cuchillos de pus contagian la
mesa y ahogan su demencia en la arcilla inocente
de este país con nombres y
caminos pedregosos.
En la pizarra del alba, las
tachaduras de tinta y el disfraz de conciencia
a toda hora: muchos van asidos a
sombras, golpes, muertes, debates sin sentido.
Entre tanto grafiti, se hacen
difíciles las ideas claras.
Es implacable el tiempo calcinado
que vivimos, la música negra que retrasa
los jardines, las demasiadas
noches que vive la memoria en su guarida
con telarañas. (Nadie renace con este zumo de muerte y sin
brújula; nos desoye
el desarme, las tantas caídas heridas de la entraña, el alba que
aún no asoma
sobre el musgo verde del aliento.
Acabamos siendo silencio o fantasmas. Lobos sin tregua, emblemas
de suplicante
tristeza, voces en medio de un jarro de salmuera.)
¿Qué vendrá después de tantos
prefacios de espejismo?
Agonizamos debajo de los andenes,
sobre el resuello de los moscardones.
Ya dejamos de ser en medio de
tanto ventarrón: la agonía nos ahueca y reseca,
como un rayo insólito mordiendo
trenes.
Sobre las oscuras dentaduras de
las navajas, el corazón sumergido en litorales
de piedra; flotamos en los
chiriviscos del despojo, en el ventisquero de ceniza.
Durante toda esta dislexia de
arcoíris decapitado, los sombríos dones de la otra
mejilla, los genitales desnudos
del paraguas de la noche.
Mañana, quizá de nuevo, la
piedrecilla en los zapatos, el ronco aullido
de la noche, el alba en
tinieblas…
Barataria, 10.V.2015
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