Imagen cogida de la red
DESTINO
Uno vive los días con cierta
vehemencia: ignoro si el destino es esta asfixia
diaria de sueños, hambre,
historia. El tiempo se adentra en uno con barba
extensa de comensales sin un
calendario expedito.
Me asomo cada vez más, a ese
tiempo de trenes de la tarde. Frente a la multitud
el frío de las aceras, la
irrealidad de los puentes colgantes del pensamiento.
A veces se acentúa la ternura en
los tejados.
Hay ojos por doquier que miran
los rincones del aliento con tenacidad gótica.
(A veces quisiera incinerar todos los pecados que nos agobian, la
mesa vacía,
los asesinatos, los patios de las casas sin juguetes. Ese lado
oscuro del alba
y pensar sólo en el yo del otro, sin las borrascas ebrias del
viento.
A veces quiero borrar las muecas del infinito.
Sé que hay oscuras bestias en la melodía abisal de la muerte.)
De pronto no distingo entre el
transeúnte común y el verdugo. Entre lo efímero
y la espuma, entre los enfermos
de sueños y los pañuelos de las sombras.
Ante el querer ser, los ojos vacíos
debajo de la luz.
A veces es tan claro u oscuro
como el aliento de la patria. A veces tiene linderos
de piedra y papeles membretados
de notarios siniestros.
En toda la bruma, el agua extraña
de las estaciones con su baratija
de alcantarilla: aturdido en la
claridad, cada delirio es diferente, cada furia.
Ahora sólo pienso en el pájaro
que se ha muerto en el pecho, en los miedos
que tare cada movimiento, en el
pasmo de los zapatos, pensando en mamá.
Siempre es horrible una sonrisa
en medio de la muerte…
Barataria, 30.IV.2015
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