Imagen cogida de la red
HUMO DE FUEGO
Me duele la herida del país, esos
otros ojos de las ventanas cerradas, la bestia
que nos silba entre los huesos,
la respiración toda que se lleva en los hombros.
Nos mece la fiesta macabra de las
sienes rotas por el humo.
Se funde el pecho con el tronco
del árbol mutilado.
Cada golpe es inextinguible en la
aurora del calendario: nos calcina esta carroza
fúnebre hundida en el aliento.
Algo se perdió en el espectro de
los jardines. (Larga exhortación de los
astringentes, en esa hondonada del paraíso traicionado. Algo pasó en la sombra
del cisne sin pretexto alguno.
En el aullido de los candiles, la súplica en la sombra del
entendimiento.)
Nos duele el humo del fuego en el
pecho; el hollín del tabanco golpeándonos
el tórax, junto a todos los
abandonos que propicia el llanto.
En el círculo de las calles, la
lluvia deja caer sus tibios labios de moribundo.
En la falsa liturgia de los
escapularios, nos persuade la lujuria del fuego
y sus huestes pestilentes de
ceniza. Y su lepra de terror y caos.
En el desierto de la conciencia,
nadie se salva del estertor de los cuchillos.
Nadie entonces, es inmune al
consumo de estos relojes hostiles de la insania.
Crece en los sueños como una
bestia: en la sífilis del espejo roto,
unas pocas monedas determinan la
muerte.
¿Cómo acabar con todos estos
demonios que supuran? —Me quedo aquí,
en la confusión y ambigüedad de
los horarios. Releo el almanaque del terror.
Barataria, 26.IV.2015
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