sábado, 5 de noviembre de 2011

ESTE TIEMPO DE CLARIDAD, MIS OJOS EN EL VIENTO

 
Hoy ha llegado a mis pupilas, el tiempo necesario con sus pájaros:
el surco sencillo de la luz, las manos tañidas de ilusión,
sin verdugos, —por el momento—, con viento y luces y peces;
aquí con el decibel necesario para las onomatopeyas,...
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ESTE TIEMPO DE CLARIDAD, MIS OJOS EN EL VIENTO




Veo el futuro reflejado en los asnos,
mi querido Sherlock Holmes,
el tiempo es un rebuzno pero no me rindo,
yo al muerto le conozco y gritaré su nombre,…
JULIA OTXOA




Este tiempo de claridad, mis ojos en el viento, despiertos
sobre el nombre del basalto, la noche desparramada mordiendo
la ceniza de los mapas que girar en los anillos de las olas,
en los dientes ligeros del fuego: espero los caballos crecidos
de la claridad, el color de la fragancia en el viento, mientras la sed
crece en cada palabra, mientras llego al fondo de la sangre
de mis vísceras, a la boca donde nace el poema.

(Al final del sueño, la ventana colgada en el tronco de la madrugada,
el silencio en la escalera oxidada del ronquido,
camisa y cábala, rotos los zapatos del mundo, el golpe del sudor,
en este tiempo de claridad recuerdo todos mis sueños:
esperé sol y lluvia,
el carbón del galope sobre los muslos,
el río del corazón sobre la tarde de las aguas ensimismadas.
A cada polen un cielo de pétalos, lámparas compartidas en el camino
del pan, alrededor de la mesa la ración de sonrisas necesarias,
la abundancia del hambre para alumbrar las calles.
Después de todo, mi País está aquí con sus ramas a flor de piel;
mientras los fantasmas persistan, desaparecen las cucharas
de la casa, sorprende la carcajada del verdugo,
salta el vaso de agua como un fuego iracundo.)

El aliento tiene ojos múltiples, vastos espejos en la mirada, historias
de sal en la garganta; este tiempo, sin embargo, seducido por la niebla,
el recuerdo arrimado al entrecejo de los caracoles, húmedas
botellas de luz en el los bolsillos,
perros reverberando en los clavos del vértigo, lámparas apretadas
por el sudor de los amantes, por las santas nostalgias que deambulan
con esquizofrenias de felino, pedazos de albahaca, náufragos
en la sangre, ayer la ceniza desparramada en los féretros.

Hoy ha llegado a mis pupilas, el tiempo necesario con sus pájaros:
el surco sencillo de la luz, las manos tañidas de ilusión,
sin verdugos, —por el momento—, con viento y luces y peces;
aquí con el decibel necesario para las onomatopeyas, la fragua
incesante del reloj, el calendario en las raíces de la risa, la risa roja
del gozo, el tránsito por encima de cualquier estornudo.
—(Alguna vez dijimos, hablamos, sobre la marcha, el pecho
como un mapamundi encendido de barcos, la historia insepulta
del surco, los cansados teoremas del anacronismo, pero no advertimos
que en cada peldaño de la escalera,
hay lunas fugaces y siniestras luciérnagas, hay pozos de sueños
y pozos macabros, que se roban los jardines.
A menudo, la sed, resulta pequeña para todas las aguas del océano;
en cada oscuridad, hay sin duda, mapas con afluentes,
y aunque inmolemos la boca, habrá otras bocas que hablen…)

Barataria, noviembre de 2011

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