Me niego a la noche sin el latido de los candiles, nosotros no tenemos
edad para clausurar las palabras, para cerrar la puerta de los colores,
dormir con cadáveres mientras el fuego consume,
ocuparnos de la metafísica del sueño, pensar en heridas circunstanciales,
morderle el cuello a la ferocidad girando en aguas movedizas.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
ESCALERA DE LUZ. FARO DE OTOÑO
Vencida entre las sábanas
duerme la sombra antigua de mi cuerpo.
ÁNGEL GARCÍA LÓPEZ
Ahora dura la luz en la túnica del otoño; y, aunque parezca
una paradoja, es esta luz con nosotros, la que se atreve a crecer
en el umbral de la puerta,
aquella luz junto a ciertos relojes fatigados,
aquel reino de criaturas en vilo, sobre la losa fría del sueño.
De cierto, sí, la luz cambia cuando atardece: desvanece el afán
del lenguaje y los jardines,
nos arropa el entrecejo de otros estertores;
hay indultos para cada equívoco, y escaleras con diferentes alacenas,
pero también claves de extenuadas gaviotas,
pero también inminentes explosiones de sombras: los meses
nos adentran en cierta ambigüedad de metales, madejas abisales
de sombreros, mapas con meticulosos embudos.
Ahora quizá sea otra luz en el otoño. la misma luz del calendario,
cada edad, entonces, tiene sus propias expectaciones,
estar aquí, no obstante, con los dientes mordiendo la intensidad,
las alegrías extrañas que nos dan las esquinas,
el cerrojo diferente del lenguaje, la música al compás, seguramente,
de cada pérdida, aberraciones huracanadas de la historia.
(Y, sin embargo, todo está en el poder de las palabras:
la hondura de las estaciones en la lluvia profusa del esplendor;
a veces la nostalgia nos muerde los calcañales,
aquello que fue ya no es por más invocaciones al instante.
En el subsuelo de la respiración, son otros alientos los que andan
con sigilo, sol que se atreve a encender con avidez,
el entusiasmo que nos da el ala.)
Apenas emerge la luz, la memoria me da vueltas, empiezo a hacer
tantos inventarios inútiles; a veces la soledad lo mete a uno en un costal
de fantasías infructuosas.
Me niego a la noche sin el latido de los candiles, nosotros no tenemos
edad para clausurar las palabras, para cerrar la puerta de los colores,
dormir con cadáveres mientras el fuego consume,
ocuparnos de la metafísica del sueño, pensar en heridas circunstanciales,
morderle el cuello a la ferocidad girando en aguas movedizas.
—Todo pasa, pero queda la luz.
La carne es tiempo sobre la piedra acumulada, es residencia
en el alfabeto, después de todo, acumulación de puertos,
vértigo en la desnudez del universo.
Todo es sombra ciega en las manos, por eso la existencia de la luz,
vi caer el poema inconcluso sobre la brasa, por eso la luz,
el sol del otoño en las manos, ¿en qué porción del ojo quedan
los recuerdos, la liquidez del desvarío en la escalera, la otra orilla
cubriéndome de intemperie?
El que camina conoce: aprende la luz de cada instante.
Barataria,noviembre de 2011
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