Un día ya no estaremos aquí, —en realidad, no sé en qué lugar
del mundo, en qué sótanos nos libraremos de las dentaduras,
qué tiniebla ya no será un hocico atroz, una boca tras los talones.
Imagen tomada de Miswalpapers.net
MI PAÍS YA NO ES MI PAÍS,
[a propósito de nuestro Bicentenario]
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.
ROQUE DALTON
Mi País ya no es mi País, —el que conocí en las postales de antaño.
Vos tampoco lo sos después de andar deambulando por diferentes
ciudades del mundo; yo, tampoco lo soy, después de cavar tantas
sepulturas y ver morir a diario la risa, y sentir los aromas putrefactos,
presentes, abriendo el olfato cada día.
Recuerdo las tardes en Redwood City, caminar durante las tardes
por Sunol Regional Wilderness, volver a California Theatre,
saborear la limpieza de nuestra sed, después de tantas paredes
manchadas como pergaminos de un incierto País.
(Después he vuelto casi furtivamente, con la respiración de siempre,
a Woodburn, Aloha, Hillsboro, a Beaverton, a Lake Oswego,
donde estudié junto a los crepúsculos de mis desvelos:
ciudades que en nada se parecen a mi país, aunque el invierno
sea más insólito y la nostalgia se vuelva el peor enemigo.
Cada día me embriagué de espejos blancos, Jane Glazer, poeta
de abundante silencio me dio fragmentos de bosque, poemas
con pinos petrificados: en Shoen Lbrary,
leímos quemando el frío, las ventanas ebrias de nieve.)
Seguramente mi País ya no es mi País. Me resulta tan minúsculo
que lo ando en mi bolsillo, en la arganilla del alma, casi como un centavo
que llora en mi aliento, calles con imágenes de muerte,
calabozo donde sucumbe el portón de la claridad; a menudo lo miro
de soslayo, es una cripta de alfileres,
desde mi infancia lo concebí como una jaula donde permanece
acongojado el alfabeto. Y sin embargo, todos los días quiero desafiarlo,
emigrar de sus calles pedregosas, con hedores de bacinica
y abrojos tan antiguos como los aserraderos.
(Vos preferís caminar por Hawthorne Blvd. que por el Barrio Santa Anita,
o San Jacinto, —preferís, digo, huir del hampa, de la sombra
sulfúrica de la tinta del barrio, de la sedición de esta caverna
donde seguramente moriremos arrodillados sobre la piedra oscura
de la historia, repartida en pañuelos.
Bajo esta noche, toda la caligrafía de la sombra,
las manos ensangrentadas por la latitud de la marea.)
Un día ya no estaremos aquí, —en realidad, no sé en qué lugar
del mundo, en qué sótanos nos libraremos de las dentaduras,
qué tiniebla ya no será un hocico atroz, una boca tras los talones.
Igual que tantos días anónimos, seguramente caminaremos solos
entre multitudes desconocidas, con identidad nueva, por si acaso.
Ante la indiferencia, seremos seguramente, estatuas errantes,
caminando por las avenidas frías de Eugene, anónimos y espesos
como el bosque, nos perderemos en Alton Baker Park,
como esa alegoría del aire y la luz, como la hoguera de los amantes.
Barataria, 05.XI.2011
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