Contra el día, el oficio de humedecer las vísceras de la llama,
la ebriedad del entresueño,
también las criptas oscuras de la ceniza, el desvelo transpirado,
Listo para morder el dorso de la sal, las esquinas de los huesos,
el sabor aferrado a ventarrón.
INVOCACIÓN A LA SALIVA
Espera que la plancha haya quemado la camisa de rocío
para hacer florecer en ella el reflejo del cristal escondido…
BERJAMÍN PÉRET
En la boca, la saliva brama sus litorales, ¿de qué estás hecha
para morder los crepúsculos, el pulso claro de las palabras,
los peces del fuego? Gira alrededor la ráfaga de los minutos,
deambula la ebriedad de los sótanos,
los superhombres de la ficción, los silogismos de la penuria,
esta suerte del vaho en la esperma que emerge con la doble cara
del día, el ardor clava sus estanterías en la carne,
saliva explosiva de las sombras de la garganta, de la grieta del esófago,
de nuestra íntima respiración de fósforos,
agua marginal donde se respiran telarañas como bosques mitológicos.
Contra el día, el oficio de humedecer las vísceras de la llama,
la ebriedad del entresueño,
también las criptas oscuras de la ceniza, el desvelo transpirado,
Listo para morder el dorso de la sal, las esquinas de los huesos,
el sabor aferrado a ventarrón.
(Venid aquí, llaga desterrada de la lengua, estación purulenta
de la boca, venid, terco furor del cuerpo,
a repasar los típicos sonidos del fingimiento, de este mundo animista
en cierto modo, desazones de sueños agridulces,
albañales sorbidos por los trastos extraños de los días.
Entra a los mudos utensilios del frío, a la catedral pétrea
de la oscuridad, a la música irrespirable de los nudos que la voz
hace cuando flamean oídos y aromas,
Máscaras más nítidas que las vitrinas reales del día a día.
Así como en la boca, arrasa contra lo insustancial…)
Ven afilado collar de los sabores, herida del cuerpo o diluvio,
hosco pezón de la cuerda del equilibrio, hiriente en cada flor
de las palabras, contra-azúcar, digamos, en la vida secular del beso.
Nos enfrentamos al relucir diario de la desnudez,
a menudo, a la ironía de las esferas,
solos, caras y monstruos; palabras gravitando en el fondo
de la boca, ebrios taburetes, agarrados absurdamente
de las extrañas escaleras de las telarañas, de la sombra mordida
por el perro callejero que deambula en lo oscuro para jugar
con las tumbas despiertas de los matorrales.
He visto cuando el eco se empantana en el aleteo de las calles,
cuando la querella revive lo áspero,
ansias de adversa sal en la comisura del traje que viste la neblina,
las agujas del acoso cuando la respiración se vuelve tortura,
el llamado a preservar la fragancia de las ventanas.
Por supuesto le doy la bienvenida a todo lo que revela la saliva:
el vértigo que nos describen los anzuelos, el placer de dispersarse
en el aire e intimar con la claridad naciente, hasta volver
al trance de las alacenas, a la cocina del ombligo respirado.
Barataria, noviembre de 2011
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