Nosotros con el rostro entre la mugre, al trasluz del jardín que ardía,
siempre de paso como pasan los azacuanes durante el año,
como la caligrafía maniática de los cuadernos,
ceniza amontonada en la calle de este mundo imposible.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CARNE INACCESIBLE
con el silencio
que igual que tú, sin nadie, fructifica.
MARÍA SANZ
Sobre las aguas, la carne inaccesible de la sombra del tiempo.
Intento habitar la ventana de la mañana, desnudar
el camino junto a los girasoles, el nudo que permanece en la soledad
de las osamentas. Soy esta realidad transitoria del presente:
mañana la entraña en el hollín, el día en la ceniza
con toda la fiebre huidiza de la solapa que el segundo abarca
en la sábana, que la palpitación muerde desesperadamente sin ecos,
sin un atisbo de certeza.
Muerdo el tumulto de la luz, la lejanía que palpita en mi zozobra
desbordada por lo intangible de ese extraño juego de ventanas
en mis sienes, pero también en mis poros,
a veces sonámbulos, calle a la deriva de las manos del tiempo;
hiere la lejanía cada vez los otros fuegos, los de la llaga, el galope
del seno que busco, labios curvados de césped y carne,
con esa desnudez que me arrastra por litorales desconocidos.
(Siempre supe que todo sería inútil, después de este dolido pecho,
después de dibujar la existencia en cerraduras de frágil argamasa;
ahora estoy sostenido en la viga rota de las horas,
con una mudez que levanta sepulturas, con un atavío de sombras
descendiendo a la intemperie, a la tormenta desangrada
en el parpadeo de cada pulso futuro.
A menudo me reduzco a la sensación que produce un cuchillo
hundido en el costado, a ese parpadeo sobre la piedra del dolor.
¿En qué hora del día cambiará la tormenta su cansado crepúsculo,
el sueño sin entumecimientos, el párpado no agotado
de la trementina, lúcida luz para fundar un nuevo destino?)
—Nosotros ya no podemos salvarnos, salvo que dejemos de sangrar
y morir, ángeles evaporados del fuego,
o demonios oscuros de la materia.
Nosotros con el rostro entre la mugre, al trasluz del jardín que ardía,
siempre de paso como pasan los azacuanes durante el año,
como la caligrafía maniática de los cuadernos,
ceniza amontonada en la calle de este mundo imposible.
Ahora parto. Partimos con los paraguas viejos del risco y el guijarro,
hacia ninguna parte, hacia ninguna ventana con rocío.
Ojalá en el camino de la deshora, todavía nos sirvan los dientes
y las manos, la vieja almohada de la sed,
el día festivo del onomástico, la toalla de las libélulas, las aguas
termales de la perseverancia para seguir viviendo.
Algo hay detrás del juego de los poros. Algo hay detrás de las palabras,
el sonido invisible de los abanicos, la inteligencia machacada
por el vejamen, el mimbre de las luciérnagas colgando de durmientes,
esta carne escribiendo sin ortografía,
la certidumbre de que la historia no termina aquí, ni en la cruz,
aunque nos toque llevarla toda una vida.
Barataria, noviembre de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario